Por María Lavanda.
Poco antes del fallecimiento de la directora y artista visual francesa, decide introducir como contexto y punto de fuga los escenarios de sus últimas ponencias en distintas partes del mundo, donde de manera informal, argumenta su acercamiento a la vida cinematográfica y cómo la pasión a la misma la llevan a apoderarse de métodos de grabación y fotografía que actualmente la distinguen. Así mismo, relata sus colaboraciones con distintos artistas para las curaciones de sus últimas obras e instalaciones visuales, plasmando al mismo tiempo un poco de su vida emocional en cada una de sus vivencias que la convierten en lo que actualmente conocemos de Agnès Varda.
Antes que nada, es importante mencionar que no se trata de un documental de la vida de la pionera de la Nouvelle Vague, en esta última producción, la directora y artista visual de origen Sètiano nos comparte las memorias de sus trabajos más destacados y cómo decidió plasmar cada uno de ellos en imágenes.
El pensar en Varda, te remota inmediatamente a una imagen con colores brillantes, planos exactamente bien definidos, e incluso, melodías que te emocionan sin importar el estado anímico. Esta producción no es la excepción, pues la manera en que Varda cuenta el origen de cada una de sus ideas, te hace pensar en la complicidad de lo simple, el cómo un campo de girasoles puede inspirar a ser el escenario principal de una obra, que los colores de todo un trabajo cinematográfico se basen a partir de la paleta de colores de un escritorio con un teléfono viejo.
Varda hace que todo sea posible, que todo sea cine y que todo sea arte. Quién mejor que ella para describir sus trabajos, el por qué cada una de sus notas y guiones son una lección de vida. Comprendes que la creadora se distingue por introducir una cara linda a la situación más catastrófica y no con la intención de tapar la realidad, al contrario, sus producciones han logrado yuxtaponer temas que han sido controversiales a través de la evolución social, de la misma de la que ha formado parte y ha fluido en ella como “salmón” al ir contracorriente exponiendo las ideas de una manera que emocionalmente te llegan, te lastiman pero te hace vivir cada uno de esos sentimientos que te crea.
La amante de las playas expresa con entrañable emoción lo que formó parte de sus ideas, logrando crear fotografías, filmografías, exposiciones artísticas y sobretodo, recuerdos permanentes en su vida y en la de sus seguidores.
Varda (quien se ganó el título de las mejores representantes de la nouvelle vague), siempre estuvo un paso adelante en la revolución de pensamiento, considerándose feminista hasta el último de sus días, exponiendo la realidad y hablando de realidades que no fueron del todo satisfactorias para ella, interponiéndose al reto de plasmarlas, considerándose toda una artista de vocación y perfeccionista.
La directora, asertivamente, argumenta cada una de sus memorias con recuerdos físicos y pequeñas secuencias de las obras que expone y comparte, no sin dejar a un lado su toque característico, con escenografías utópicas, irreales pero sentimentales al mismo tiempo, con sonidos que van de la mano con las tonalidades de imágenes. Definitivamente disfrutarás cada uno de los segundos comentados de este filme de no-ficción y sin duda, es un clavado a lo más recóndito del cerebro de Agnés Varda.
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