Por: Jaime López Blanco
Jon Stewart, el otrora comentarista político del programa televisivo
estadounidense “The daily show”, incursiona como director cinematográfico con
la película “Rosewater”, la cual centra su argumento en los 118 días durante
los cuales el periodista Maziar Bahari,
canadiense-iraní, fue encerrado en una prisión de Irán, acusado de
espionaje, posteriormente a las
elecciones presidenciales 2009 de aquel país, las cuales generaron muchísimas
dudas e inconformidades en una gran parte de la población de aquella nación
asiática , lo que concluyó con una serie de revueltas marcadas por la represión
y violencia gubernamentales.
De entrada, la historia de “118 días” o “Rosewater”, por su título
original, se antojaba más interesante para los amantes del género del cine
político con tintes de drama carcelario. Sin embargo, en opinión de quien
suscribe este texto, hizo falta “un algo” que pudiera hacer más que aceptable
esta ópera prima del comediante Jon
Stewart. “Un algo” que elevara esta pieza cinematográfica hasta alcanzar el
calificativo de inolvidable y
convirtiera su olor de “Agua de Rosas” en un aroma de película de culto o clásico contemporáneo.
Lo más destacable de la cinta de Stewart es el énfasis en el humor en
ciertos fragmentos de la misma. Es lo que mejor sabe hacer el realizador y lo
que mejor le sale. Aunado a esto, se traslada del guión a la pantalla ese amor
del director hacia las películas y su fe en la revolución y libertad de expresión
que pueden ser alentadas y forjadas por las redes sociales. Existen secuencias que apoyan lo
anteriormente señalado y que, sin lugar a dudas, fueron determinantes para la
liberación del periodista Maziar Bahari.
Lo malo es que al guión, dirección y actuaciones de “Rosewater” ó “118
días” les faltaron bríos para volverla extraordinaria. Gael García Bernal, como
el protagónico de la cinta e interpretando a Bahari, brinda una actuación aceptable, convincente y que permite
crear cierta empatía en el espectador;
aunque durante algunos momentos de la tortura a la que se vio sometido su
personaje, siento que sus expresiones de dolor o quejidos no han evolucionado
desde que le pegaron con un tubo mientras tomaba una ducha dentro de la
película “Amores Perros”, de Alejandro González Iñárritu.
Por su parte, la actriz iraní Shohreh Aghdashloo, a quien habíamos visto
antes en la película de “La casa de arena y niebla” (2003) junto con el actor
Ben Kingsley, ofrece aquí una actuación de primera, discreta pero a flor de
piel, como la madre del protagónico. Es
su prudencia y dedicación la que la convierten en uno de los motores
emocionales de la película de Jon Stewart.
En cuestión de argumento, presiento que el director y también adaptador de
esta película, - basada en las memorias “Then they came for
me” de Maziar Bahari y Aimee Molloy -,
fue recatado (ignoro las razones) a la hora de incluir más apuntes políticos y
críticos hacia la forma de hacer interrogatorios a presos políticos. Sí, es cierto, el actual régimen iraní es
criticado, de manera no totalmente difamatoria, por su conducta
antidemocrática, pero otras regiones, comunidades y naciones que se jactan de
avanzadas y plurales, como los propios Estados Unidos, también han sido
señaladas, con fundamentos y pruebas, por su negligencia y violaciones en
materia de derechos humanos.
En conclusión, siento que a la película de “118 días” le hizo falta el
contexto histórico-social- político de “Persépolis”, cinta francesa de 2007,
para entender un poco más la dinámica cultural de Irán; que carece de la
dirección hiperrealista e intimista de “A mighty heart”, de Michael
Winterbottom, donde la actuación protagónica de Angelina Jolie es epidérmica,
algo que le hubiera dado todavía mayor plus a lo realizado por Gael García
Bernal y; que no presenta tan abundantemente la poesía argumental y visual de “The
Shawshank Redemption”, drama carcelario realizado por Frank Darabont.
Si Jon Stewart hubiera arriesgado más en todos los aspectos anteriormente
señalados, seguramente esta ópera prima suya
se hubiera impregnado en nuestra memoria cinéfila, dejando de ser una delicada
y aceptable fragancia debutante, convirtiéndose en un exquisito perfume fílmico, tanto en envase como en
contenido, el cual hubiera impactado muy gratamente a nuestros más exigentes
sentidos cinematográficos.
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