Por Eduardo León
Entre abusivos, ingratos y corruptos se alza insaciable
la postura de los miles de millones de individuos que van de aquí hacia allá
tropezándose con nuestra existencia. Una variabilidad de crímenes ilesos y
males menores. De aquellos que se arrastran en el inconsciente, en los
recuerdos. Algunos capaces los mitigan, otros no tanto.
La violencia trota sigilosa en el aula, afuera de la
secundaria; en una guerrilla futbolera, en las gradas; en una vinatería, en la
modestia de la clientela; en una azotea, depravando y denigrando al antiguo
compañero. “Todos somos agredidos y agresivos” decía Verónica Toussaint, actriz
de la película.
Oso Polar es el tercer largometraje dirigido por el
mexicano Marcelo Tobar en donde nos destapa otra de las tantas caretas de la
naturaleza humana. Heriberto, Trujillo y Flor son tres sujetos que luego de 25
años de haber despedido a la pubertad se reúnen con la intención de asistir a
una fiesta de generación de su antigua escuela.
En un viaje por un México nuboso sobre los asientos de un
auto desmadejado, los personajes asoman sus actitudes, sus recelos y sus
penurias. Temperamentos conflictivos e infantiles que se regocijan en la
alusión de un pasado inmaduro en donde sus acciones como adultos comienzan a
tener repercusiones y a gestar la insania en uno de ellos.
La película realizada en 20 días con una pandilla de 12
personas, rompe el lenguaje y los convencionalismos técnicos y de producción en
el cine contemporáneo. Filmada en su totalidad con tres celulares y un presupuesto
moderado, la cinta recurre al multiformato logrando una textura emocional del
tiempo que luego de dos años de haberse consumado continúa imprescindible.
Un criptograma de encuadres, matices y ajetreos de cámara
en donde la pantalla se apretuja en el recuerdo y se expande en el presente; un
lente intruso que filma los pigmentos y la subsistencia citadina convirtiendo a
Oso Polar en un documental acerca de los distintos tipos de crueldad, los
prejuicios, la doble moral en la sociedad mexicana y el pesar exhaustivo de las
acciones inexcusables.
Mauricio Novelo, Adán Herrera, Humberto
Busto, Verónica Toussaint, Cristián Magaloni y todo el equipo de rodaje
confiaron en su director y apostaron a esta cinta que en su trayecto se tornó
incierta. Asumieron un riesgo de hacer cine con recursos palpables dentro de sus
bolsillos.
Después de haber ganado el premio a mejor cinta en la XV edición del Festival Internacional de Cine de Morelia y bajo el juicio
del director húngaro, Béla Tarr, Oso Polar es ahora un distintivo en la
cronología del cine mexicano. Un filme que vaga por los circuitos
independientes apoyado de un buen guión y una rica mezcla de habitualidad y
compromiso artístico cuya intención es ser un referente distinto para los
cineastas en gestación.
Porque el cine no sólo se logra con semblantes reconocidos en pantalla; ni con excesivas producciones; ni con temáticas vacías o romances inverosímiles. Oso Polar nos habla sobre cómo transmutar el lenguaje y una historia cinematográfica a un formato casero como el del equipo celular que robustece al ego; distrae, organiza, sugiere, empareja y existe con y para nosotros.
Porque el cine no sólo se logra con semblantes reconocidos en pantalla; ni con excesivas producciones; ni con temáticas vacías o romances inverosímiles. Oso Polar nos habla sobre cómo transmutar el lenguaje y una historia cinematográfica a un formato casero como el del equipo celular que robustece al ego; distrae, organiza, sugiere, empareja y existe con y para nosotros.
Claro está que resulta preocupante no poder deslindarse
del fascinante artefacto. Por lo mientras es una buena herramienta para filtrar
nuestros más dichosos placeres, amarguras y delirios. Tal como lo dicta la
cátedra impartía por Marcelo Tobar en los cien minutos de su obra.
Trailer
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