lunes, 18 de junio de 2018

Antonio Sánchez y la demencia Birdman en el Auditorio Nacional


Fotografía. WARP.la

Por Carolina García.

¿Cómo terminamos aquí? Este lugar es horrible. Huele a testículos. No pertenecemos a este hueco de mierda. (Birdman, 2014. Dir. Alejandro G. Iñárritu).

A 66 años de su inauguración, cubierto de butacas, vistiendo lunetas, palcos y un escenario, el Auditorio Nacional de México recibió al jazzista de Birdman, Antonio Sánchez, para revivir la paranoia de La inexplicable virtud de la Ignorancia bajo la dirección del mexicano Alejandro González Iñárritu y lo emergido de la improvisación acústica de la batería.

La estridencia del vocerío, que provenían de los sillones rojos, esperaba la marca en las manecillas del tic tac de las 20:30hrs. para hundirse en la pantalla y los sonidos de tambores, pedales, baquetas y platillos. Pasada ya la hora de la cita y con gran euforia, el auditorio cerró sus luces para mirar en escena a Alejandro Franco, director de WARP Magazine, quien, junto con Grupo sentido, y después de dos años de haber hecho la misma propuesta, invitaron al baterista de Pat Metheny a tocar como solista en su ciudad de origen frente a miles de personas.

Ya dado el pie para la entrada de Sánchez y la bocanada de aplausos que inhaló en minutos, acompañado de un vestir casual color negro acompañado de un calzado blanco que lo hacía lucir bastante cómodo, contó la historia de cómo tuvo el primer tacto con la música, a los cinco años y con el género rock; cómo supo de Iñárritu por primera vez, mientras escuchaba la WFM y la casualidad de que el director mexicano fuera dj de la estación en aquel entonces; cómo fue que Iñárritu y él hablaron por primera vez, después de un concierto, en medio de un after party; y contó cómo el director mexicano le habló al teléfono para “entrarle” a la musicalización de Birdman, con el puro guion en su bandeja de entrada y un shock que le recorría desde sus entrañas de su ser hasta sus poros.

El hombre de 46 años, nieto de Ignacio López Tarso, mudó a Estados Unidos en el 93, en su discurso mencionó la importancia de la no violencia entre su patria y el lugar donde reside actualmente, hechos que impactan en su arte, en su música y en el hacer de su vida.
Después de la selfie que Antonio tomó con el auditorio repleto de personas estremecidas por el comienzo del acto, alrededor de las 21:00hrs., la trama del hombre pájaro, protagonizada por Michael Keaton, Riggan Thomson con un elenco conformado por Zach Galifianakis, Jake; Edward Norton, Mike Shiner; Emma Stone, Sam Thomson; de la comedia negra escrita por Iñárritu, Alexander Dinelaris, Nicolas Giacobone, y Armando Bo.

Batería, tambores, platillos, cámara, acción… Bajo la productora Twentieth Century Fox España, los créditos iniciales en letras rojas y blancas dan inicio a la historia de Riggan, un ex actor en el olvido después de su tercera película como superhéroe, quien, para no caer en el vacío de la indiferencia de sus conocedores, adapta, produce, dirige y actúa en las vísceras de un teatro viejo de Broadway con tan sólo 800 asientos. Sin dejar huir su pasado, arraigándose a lo que fue la sublevación de la fama en su carrera, Thomson contrata a Mike, cruzando la historia del famoso actor que era hasta entonces el personaje interpretado por Edward Norton.

La astucia o el cálculo con el que Antonio Sánchez precisó la improvisación de cada escena fue pasmoso. Su pasión descrita en gestos faciales al tocar su instrumento y los platillazos que resonaron a cada rato, en cada ocasión durante el plano secuencia, dirigido fotográficamente por Lubezki, que hace en los pasillos del teatro de Broadway como un laberinto sin salida donde es un abrir y cerrar de puertas que sirve como pauta para dar comienzo a la persecución de un nuevo personaje y otro y otro, para dar así el cambio de ritmo.

Pasados 119 minutos de estragos compartidos con cada personaje de la historia, sin titubear, el momento más dramático de la noche vino después de éstos. El trance que sangró entrañas de pasión dejando con un erice a la piel, fueron los más de diez minutos que el solista tocó al fin de la cinta. La vehemencia con la que tomó su jazz para bailar con él en medio de un montón de gente que no sabía si quería seguir escuchando o macharse por las compuertas que a la salida estarían atiborradas de gente, con las pocas personas que se atrevían a levantarse de sus butacas para salir porque el clima no permitía mayor estancia, Antonio, se dejó llevar, sin importarse del tiempo, de la naturaleza, hizo lo que más ama hacer, frente a miles de personas, a través de un filme y a través de su arte.

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