lunes, 30 de julio de 2018

La Niña de Tacones Amarillos | Reseña



Por Carolina García.

Del guion y dirección de María Luján Loioco, haciendo su debut dentro del mundo cineasta, a través de la productora argentina fundada en el 2008 por Daniel Andrés Werner, WERNER Cine, La niña de tacones amarillos cobró vida en el 2015, para este año tendrá cabida en cartelera mexicana mediante Cineteca Nacional, título recientemente adquirido por el recinto.

El relato ficticio tiene lugar en el pueblo de Tumbaya, Provincia de Jujuy, con el primer personaje a cuadro, rodado en tierras áridas, Isabel (Mercedes Burgos), una joven adolescente con una familia de escasos recursos, encarnado en el deteriore de la pintura en paredes, ventanas y puertas aunado al resalte en sus pocas ropas.

La comunidad que plantea la ópera prima de Loioco es una donde observamos los rezagos y la cruda pobreza con vestigios de ratos divertidos, cubiertos de una tradición en comida, baile y música folclórica del aposento. El escenario Tumbaya cambia a partir de la construcción de un nuevo hotel en la provincia, Carmen, madre de Isabel (María Fernanda Domínguez), es la encargada de abastecer alimento a los albañiles de la cimentación con la venta de empanadas y la adolescente es quien recorre el trayecto de casa a la nueva urbanización con la canasta de comida.


Tierras arenosas, máquinas constructoras acompañadas de un montón de citadinos ya corrompidos por vicios humanos, se vuelca un ambiente difícil para la llegada de Burgos a la construcción y en uno de sus viajes conoce al que se presenta como Migue (Manuel Vignau).

El ser pintado de ilusión con inocencia se irrumpe en Isabel con el extasío provocado por la actuación de Vignau y el descubrir de su sexualidad. Luján sitúa a la protagonista como una niña perspicaz, curiosa, confundida por el desengaño de las carencias económicas y de educación, junto a la exploración del cambio en su etapa niña-mujer.

El inicio de la cinta se da a pasos de desasosiego hasta unos minutos ya avanzado el metraje cuando el cuerpo expectante se invade de calma y alegría vestida fonéticamente por la armonía de Florcita de la quebrada, escrita originalmente para La niña de tacones amarillos por Ariel “Chato” Cruz.


La caracterización del elenco es cotidiana y simple, pantalones de mezclilla, blusas casuales, que acompañan las vistas desérticas, nubladas o verdosas, la representación del coqueteo en el vestuario de Isa es un trabajo bien llevado por parte de Mariana Seropian, así como la adaptación estética dirigida por el arte de Alicia Vázquez, la atmósfera que coexiste en la cocina y las recámaras de la casa donde se roda introducen al espectador en un pasaje donde hay presencia de objetos habituales, platos, cucharas, comida, cobijas o peluches de antaño, el lugar nos aboca a una vivienda existente de desespero y aspiración al progreso.

Con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de Argentina (INNCA), la película producida a 74 minutos es un drama estridente que dibuja cualquier posible situación en comunidades marginadas. Te sumerge en un estremecimiento y confusión al conocer a una víctima que su papel no es de asumirse siempre como tal, pues a consecuencia de descubrir su sensualidad y no estar segura de usarla a beneficio propio como conocer la urbanización o poseer objetos estéticos, en el intento daña su esencia.

De extensa o corta duración, el tiempo invertido por la directora y por la edición WERNER Cine fue basto, como espectadora, no hubiera sobrellevado el estrago del porvenir para cuando el último hombre se cruza en el camino de la protagonista.

Trailer


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