Por Eduardo León.
¿Por qué el amor destruye naciones? ¿Por qué el cariño se
oscurece con sangre? ¿Por qué se reprime el tibio sentimiento? ¿Por qué
deformar al espíritu joven? ¿Por qué descuidarse a sí mismo? ¿Por qué prostituir
la autoestima? ¿Por qué no iniciar una rebelión?
Preguntas que se intuyen dentro del primer largometraje
escrito y dirigido por John Trengove, en el que la trama se contextualiza en
los pastos de alguna región de Sudáfrica. Sitio en donde los adolescentes son
enviados a un aislamiento en las montañas bajo la tutela de sus cuidadores, con
el objetivo de alistarse en el viaje del hombre o en la etapa viril.
En aquel periodo de iniciación, Xolani (Nakhane Touré) y Vija (Bongile
Mantsai), dos viejos amigos reviven su relación pasional que está sentenciada
por el prejuicio social. Cuando un joven iniciante llamado Kwanda (Niza Jay),
se percata del apego entre Xolani y Vija, comienzan a surgir cuestionamientos y
confrontaciones sobre el rumbo de sus vidas.
John Trengove, decide abandonar los cortometrajes y las
series televisivas como Hard Copy (2006), The
Lab (2006- 2008) o Bay of Plenty (2007-2008), para
hacerse de su primera obra de 88 minutos de duración, que logró colocarse en
las nominaciones a mejor largometraje dentro del Festival Internacional de Cine
de Berlín en el año 2017.
Con una propuesta naturalista, hundida en el salvajismo
de la condición humana actual, Trengove arma una cinta que palpa el romance y
el auto-reconocimiento del individuo a través del hallazgo sexual y emocional.
Una idea que nos traslada al hábitat nato del hombre en donde el deseo, la
libertad y el temor se disputan una riña entre la sigilosa pradera.
Lo interesante del filme, es que el director encuadra la
estética visual precisa en sus paisajes, para ofrecer una intimidad y un
bramido que salpica la historia de vital expresividad, así como el reflejo de
la confrontación enmudecida que cada personaje somete en sus adentros.
Véase aquella secuencia de apetito carnal entre 2 sombras
contrastadas con la frialdad azulada del anochecer o el lastimoso sentimiento
que resuena y se vigoriza en el desemboque de una cascada. Pero Trengove no
sólo conquista con su nativa fotografía, sino que con la cámara en mano unifica
su estilo fílmico dentro de una atmósfera “documental”.
Ambiente que nos envuelve en una narrativa altamente
visual, misma en la que se expone la semiótica del color, pues el cineasta sudafricano
consigue una armonía de colores en pantalla. Tonos que sintetizan la tercia de
personalidades; rojo, azul y blanco, son la representación de cariño,
indiferencia y revelación.
Aquellos aspectos son los que se articulan muy bien para
el desdoble del argumento. Sin embargo, el conflicto e intenciones de la cinta pueden
parecer sencillas, apresuradas y que se
agotan conforme el clímax se acerca. Y es que el cierre no logra ser conciso,
pues la película se olvida de aquellos fragmentos dramáticos-emotivos que venía
acarreando.
Inxeba (en
su título original), se convierte en un largometraje crítico que exterioriza la
homosexualidad y el quebranto ideológico generacional en el grupo étnico
sudafricano Xhosa. John Trengove nos inicia en el entorno de las tradiciones y
el pensamiento colectivo de otro continente, con una fina técnica que estimula
las retinas, para después robarnos uno que otro momento de escalofrío y
disfrute.
Trailer
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