Por
Carolina García
A 100 años del nacimiento de un
inmortal, Casa de arte Cinemex, Cineteca Nacional y Cátedra Ingmar Bergman impartida por la
UNAM consagraron el cine del director sueco para vestir y traer hasta las salas
del cine mexicano diez de sus rodajes. Sonata de Otoño formará parte de la
programación, a lado de Gritos y
susurros, para el mes de julio disponible en los recintos ya mencionados.
Madre
e hija (…) destrucción (…) como si nunca se hubiese cortado el cordón umbilical (Sonata de Otoño, 1978: Dir. Ingmar
Bergman)
Abandono encubierto con cariño,
falsedad del origen, una mujer saliendo de las entrañas de otra, sangre de
madre derramada al borde de un piano tocado por Charlotte, personaje
protagonista encarnado por Ingrid
Bergman.
Al son de un tinte sueco acompañado de
Bach, Brahms y Beethoven, Eva,
interpretada por Liv Ullman, envía
letras plasmadas en hojas blancas a su madre Charlotte, pues durante siete años
se ha embriagado de conciertos impartidos a través de un instrumento de
percusión que emite bellas melodías a través de su teclado, el piano, sin verse
durante ese largo periodo.
Un amueblado café, un vestido naranja
ladrillo y verdes salpicados en otros tantos objetos, son algunos de los
componentes del escaparate llamado felicidad, vivido infelizmente por Eva y su
esposo Viktor (Halvar Björk),
residiendo en la vicaría pastoral cuando llega Charlotte, sin saber que en casa
también se alberga su otra hija, Helena (Lena
Nyman), aparentemente enferma por algún padecimiento como esclerosis
múltiple, sin saberlo con certeza en momento alguno de la película.
La nombrada como la primera mujer que
habitó el mundo, nacida de la costilla de Adán según la biblia cristiana, Eva
se compadece de sí misma y se sitúa como la victima de la historia cuando en la
primera noche de haber llegado su madre, se enfrentan por las cicatrices del
pasado que irrumpieron su vida, mientras que Charlotte se observa como la mera
representación de la farsa a escena por sus movimientos que extenúan un exagero
de la acción, contrario de lo que proyectan sus dos hijas.
Envuelta en colores puramente cálidos,
con la disparidad del ambiente frío en el que cohabitan la recién llegada
Charlotte, y Eva, Sonata de Otoño
atiborra los 99 minutos de rodaje en diálogos incesantes por parte de las dos
protagonistas, quienes desatan su furia madre e hija.
Mi
peor obstáculo es que no sé quién soy,
una de las primeras líneas con las que el relato da pie al colapso familiar. La
rabia desatada en la noche del enfrentamiento liberó a una Eva con identidad,
el odio por el daño emocional que causó en su infancia pudo, finalmente,
vencerlo y renacer.
Para este filme, vemos a un Bergman
que deshace su propio cine, tomando como referencia Persona del 66, 12 años atrás, con una cinta monocromática a blanco
y negro, rodada a 85 minutos donde participa Ullman, pero esta vez sin diálogo
alguno, mientras su protagonista Bibi
Andersson vuelve loca tras el desespero por la falta del habla de la
coprotagonista. Es fascinante observar a un mismo director a través de dos
miradas, de dos contrastes fuera de la tendenciosa repetición de estilo por un
alabo anterior.
Descrito como el cineasta que
reinventó el lenguaje cinematográfico, aquél que no es para todos, jugó con el
desasosiego de una madre que jamás tomó el papel de serlo, repudiando a una de sus
hijas por estar enferma, sin la hipocresía de detenerse a cuidarla por
compasión, por qué no se muere, dice
Charlotte. ¿Por qué pasmar su vida y tirarla a cambio de velar por una niña?
Pero, ¿qué madre lo haría? Una que, en vez de ocuparse por su sangre, se ocupó
de su imagen. Con un matiz cruel y humano que retrata una infancia rota, una
mujer realizada en el arte, pero emocionalmente lisiada y
a un matrimonio muerto a causa de la degradación de la soledad.
Trailer
Retrospectiva
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