Por Diego Rodmor.
Una
película del cineasta austriaco Michael Haneke siempre va a ser un
acontecimiento. Su cine se ha caracterizado por esa crudeza visual producida
siempre por un plano fijo en el que se cuestiona a la naturaleza humana desde
su lado más perverso.
Autor imprescindible del cine europeo de este siglo, sus
películas han logrado establecer un diálogo interesante e íntimo con el
espectador. Haneke respeta a aquellos que están dispuestos a ver su cine y con
ellos establece un debate a través de sus relatos. La experiencia suele generar
una sensación perturbadora pero al mismo tiempo gratificante. Aquellas
preguntas se van con uno, en un conflicto interno que permanece por un tiempo
azaroso. Sumergirse de nueva cuenta en una película de este director que ya ha
sido explorada con anterioridad resulta necesario para intentar encontrar esas
respuestas que uno trató de buscar durante aquella primera reflexión.
Un Final Feliz (Happy End), su más reciente filme, recupera todas esas obsesiones que ha tratado
de explorar en su filmografía. La película nos presenta a una familia de la
burguesía francesa contemporánea que posee una empresa cerca de un campamento
en el que viven miles de refugiados. Poco a poco iremos descubriendo los
demonios que esconden al explorar con esa mirada voyerista las diferentes
situaciones personales que van despedazando a cada uno de los integrantes que
conforman esta familia.
La complejidad de este trabajo radica en el extenso
panorama que el austríaco pretende abordar. Infidelidades, tragedias laborales,
intentos de suicidio, agresiones físicas, confesiones brutales, temas que hemos
visto ya a lo largo de la obra de Michael Haneke, esta vez desfilan en una
armonía admirable, trágica, sofocante, estupenda. Todo un deleite
cinematográfico aderezado con un discreto toque de humor negro.
Al final la sensación que deja es de ambigüedad y quizá ese
sea un punto que haga inferior a este largometraje si lo comparamos con
películas como La Pianista, El Listón Blanco o Amour. Sin embargo este laberinto fílmico es absorbente,
disfrutable y bastante intenso. Una especie de auto homenaje elaborado por el
austriaco.
Por otro lado, la película cuenta con un fascinante cuadro
de actores entre los que destacan la siempre admirable Isabelle Huppert, un
correcto Mathieu Kassovitz, un interesante Toby Jones y un extraordinario
Jean-Louis Trintignant, este último retomando el personaje que interpretó en la
magistral cinta Amour y explorándolo
de nueva cuenta en esta especie de secuela de aquel filme ganador del Oscar en
la categoría de Mejor Película Extranjera. También destaca la pequeña Fantine
Harduin, sorpresa grata y quien nos acompaña a través de este laberinto
encarnando a una joven inquieta, fría, reflejo quizá de una generación
occidental en decadencia.
La implementación de la tecnología como parte de la
estructura narrativa es más notoria en este proyecto cinematográfico. La era
digital está ahí y su influencia en la vida de los personajes es evidente.
Secuencias filmadas con celulares, sentimientos que encuentran su desahogo en
las redes sociales, escenas de diálogos en Facebook o fragmentos de vídeos de
YouTubers forman una parte importante de la película intentando reiterar esa
decadencia que Haneke pretende mostrar.
El austriaco no decepciona al presentar este rompecabezas
que a pesar de no ser su mejor trabajo explora todas las obsesiones que siempre
lo han inquietado. Es absorbente, crudo, impactante y lleno de estupendas
actuaciones. Sin duda alguna y como mencioné anteriormente, al igual que los
trabajos anteriores de Michael Haneke, Un
Final Feliz es todo un acontecimiento cinematográfico.
Trailer
No hay comentarios:
Publicar un comentario