domingo, 14 de julio de 2019

Leto | Crítica





Por Eduardo León.
¿No les ha ocurrido que existen días en los que la rutina y la vida en general nos apalean? A veces el trabajo agota bastante y la histeria dentro del transporte de regreso a casa aún más. Tal vez por eso recurrimos desesperadamente al dispositivo móvil, nos colocamos los audífonos y reproducimos alguna canción, con tal de silenciar el rugido de la gran ciudad. 


Entrar en la ensoñación, en el recuerdo. Olvidar por al menos tres minutos y perdernos en el ritmo, en el bajo, en las eternas voces. Yo siempre he creído que el arte puede ser una vía para expresar toda esa agonía y descontento conseguidos mientras nos volvemos adultos. ¿Entonces qué hacer al respecto?

Jim Jarmusch decía que hay que robar de las pequeñas cosas que inspiren y estimulen la imaginación; hacer algo con ello. Como escribir un cuento melancólico, fotografiar la variada cotidianidad, armar una rolita subversiva y descomponer la escena musical. ¿Tú qué harías? ¿De qué forma te expresarías?




En Leto (filme de Kirill Serebrennikov) un puñado de jóvenes se funde con el verano mientras componen canciones, bailan, fuman tabaco, se encueran, beben vino blanco y se alimentan con jugosa sandía. Es la década de 1980 en Leningrado. Se perciben los aires de la Guerra Fría y el arribo de la Perestroika en la Unión Soviética. 

En Leto, la juventud busca liberarse, expresarse; se refugia en el rock y en los “héroes líricos” como T-Rex, Velvet Underground, David Bowie o The Doors. Los personajes de Viktor (Teo Yoo), Natalia (Irina Starshenbaum) y Mayk (Roman Bilyk), se amotinan en un triángulo amoroso ahogado por la vehemente necesidad de canalizar el sentimiento a través de la música.

El romance y conflicto entre la triada de protagonistas, así como los sueños de cada cual, se convierten en una biografía sobre los inicios de la facción musical de rock ruso, Kinó. Una banda que, así como los “héroes líricos” mencionados anteriormente, alcanzó la inmortalidad por ser una de las agrupaciones más importantes por esparcir el rock sobre la sociedad soviética, durante toda una década.



“Vive como desees”, es el mensaje que acarrea la película nominada a la Palma de Oro en el Festival de Cannes. ¿De qué manera comparte esa consigna el director Kirill? Lo logra mediante la ruptura esquemática-realista de la historia en secuencias donde la imaginación abraza la pantalla cinematográfica, mientras todos los actores y extras se vuelven el ensamble de una coreografía al ritmo de Psycho Killer de Talking Heads o The Passenger de Iggy Pop.

Envueltos en una fantasía veraniega, y escudriñados por una fotografía bélica en blanco y negro (que en momentos cambia a una colorida imagen vintage), los jóvenes dentro de la cinta se perciben como el ceño de la desobediencia en tiempos donde la ideología permanecía dividida, y las agrupaciones y géneros musicales alentaban otro tipo de actitud e identidad en las almas más adolescentes.





¿Pero cómo entender aquella joven rebelión de los ochentas? La película se esmera en contagiarnos de harta felicidad, rebeldía y libertad, a través de una experiencia fílmica en donde la banda sonora, la cinematografía, la dirección actoral y los diálogos, se conjugan para crear un albedrío que sin querer, nos vuelve partícipes en un verano de amor y rock. 


Y sí, puede que la cinta retrate una percepción de la música y juventud bastante ensoñadora, pero bueno, de vez en cuando no está mal disfrutar de lo que probablemente fue una cálida fantasía. Ahora lo único que les puedo decir es que no dejo de escuchar Summer will soon be Over de la banda Kinó y me queda claro (al menos por lo que expone la película y el éxtasis de la canción), que el contagio de inspiración llega desde cualquier lado, nos hace olvidar y ser libres mientras los instrumentos y voces continúen sonando. 

Trailer


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