Todavía recuerdo mis clases de psicoanálisis en donde se hablaba sobre el complejo de Edipo, la castración simbólica, las huellas mnémicas y un largo, largo etcétera. En cada sesión se nos advertía que no íbamos a llegar a una respuesta absoluta, al contrario, íbamos a taladrar nuestra cabeza y salir deprimidísimos del salón de clases. Era lógico, porque al intentar comprender el psicoanálisis, uno siempre piensa en el pasado y las cosas se ponen bien densas.
Pero bueno, una tarde comentábamos sobre lo difícil que es volverse adulto. Llegar a esa etapa en donde aparentemente somos más conscientes y cargamos con nosotros un fardo de responsabilidades. Y no me refiero a pagar el alquiler, apoyar a la familia o desarrollar una tesis para lograr titularte; sino a la responsabilidad del sujeto, aquel que arrastra una historia con cicatrices invisibles, cuyo relato familiar se manifiesta en su perfil psicológico y en las relaciones sociales.
Entonces reconocíamos la valentía del adulto en enfrentar esa serie de situaciones de la infancia, a través de él mismo y la práctica psicoanalítica. Cuando lo que aqueja se vuelve consciente, ¿cómo se lidia con ello? ¿Qué hacer frente a nuestros corajes, miedos e inseguridades? ¿Cómo asumir la responsabilidad de nuestro padecimiento? La profesora nos sugirió re significar el malestar, convertirlo en símbolo, hacer algo con todo eso.
El actor Shia Labeouf tuvo que enfrentarse a este conflicto introspectivo y escribió el guion de Honey Boy; la película con la que busca redimir la caótica e ignorada niñez que vivió a lado de su padre. Diagnosticado con Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), Shia Labeouf en 2014 ingresó a un centro de rehabilitación para dejar a un lado sus adicciones. Dentro de ese contexto, Labeouf decidió iniciar con las primeras líneas de la historia, vista como un proceso de sanación.
De la misma forma y dentro de la trama, Otis, el protagonista de Honey Boy interpretado por Lucas Hedges y Noah Jupe, es llevado a un retiro donde recibe terapia y debe escribir una lista de recuerdos que le permitan confrontar la imborrable infancia que sobrellevó con su padre James Lort; un hombre alcohólico, violento y reprimido, encarnado por el mismísimo Shia Labeouf.
La amistad que el actor mantuvo siete años atrás con la documentalista Alma Har’el, permitió que ella fuese la directora de la película escrita y actuada por Labeouf, siendo esta su primera obra de ficción. En entrevistas, la cineasta israelí menciona la importancia de la confianza en el set de filmación y lo orgánico que resulta este proceso al conocer más a detalle la vida de cada uno de los implicados en el rodaje.
El lazo de confianza e intimidad entre Shia Labeouf y Alma Har’el, se evidencia en cada encuadre durante todo el largometraje. El rumbo de la historia es envuelto por una fotografía de cámara en mano resaltando una escala de cálidas tonalidades que nos llevan a un verano de 1995. Este mismo acercamiento en la cinematografía, junto con un texto biográfico-narrativo, van directo al grano y plantean, en un ritmo muy acelerado, el tema y conflicto en la cinta. Una problemática que en su conclusión resulta ser sumamente devastadora, y más aún, para todos aquellos que arrastramos algún rencor con nuestros adorados y complicados padres.
Honey Boy establece la interrogante de ¿cómo criar a un hijo, si uno mismo ni siquiera ha podido lidiar con sus mismos problemas? Pues el presente del protagonista está fuertemente atado, como un arnés en la espalda de Otis, que lo lleva a regresar constantemente al pasado para entender los patrones, las manías y el comportamiento nocivo heredado por su figura paterna.
Por ahí he escuchado decir que “somos el reflejo de nuestros padres” y el protagonista lo asevera en el siguiente diálogo: “La única cosa que mi papá me dio y tenía valor, ha sido el dolor”. Con esas expresiones, la historia se humaniza y genera empatía; Labeouf encuentra en el largometraje, un medio y discurso catártico donde asume sus responsabilidades como adulto y re significa el malestar con el que ha batallado durante varios años.
“Todos nosotros tenemos un rencor. Tenemos a alguien que nos ha jodido”, se menciona dentro de la película. ¿Qué podemos pensar al respecto? Al menos yo me mantuve en silencio durante unos minutos recordando los buenos y malos ratos que he pasado con mi viejo y con toda mi familia. Al final, yo creo que la intención de Honey Boy, y el aliento de Shia Labeouf al contar ese fragmento de su vida, es hacernos conscientes de las frustraciones y el lazo ambivalente que llegamos a construir con nuestros seres más amados.
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