Por Eduardo León.
Dentro de una casa en lo que parece ser una olvidada y viciosa Ciudad de México en los sesentas, un matrimonio sobrevive; cruzan miradas, se confrontan, se olvidan, se reconocen y se aman. Ella de nombre Beatriz y él, El viejo, son dos ancianos que han compartido los mejores y peores ratos de una vida mallugada por los celos, el machismo, la violencia y el más húmedo y arraigado deseo.
Arturo Ripstein, aquel veterano del cine que ha dirigido cintas como Tiempo de morir (1966); El castillo de la pureza (1973); El lugar sin límites (1978); Profundo carmesí (1996); La calle de la amargura (2016), entre otros títulos de su vasta filmografía. Este año vuelve con El diablo entre las piernas; una extensión más de aquel México desesperanzador habitado por personajes miserables y hundidos en su propia existencia.
Estas realidades grisáceas como el autoritarismo paterno, la homofobia, la prostitución o el amor, que el cineasta de 76 años busca retratar; nos acercan a la intimidad de situaciones, conflictos y personalidades al borde del precipicio anímico que subsisten en una ciudad mala y asfixiante.
Dentro de este mundo abatido y como un vistazo a una rugosa fotografía, El diablo entre las piernas es una historia poco reflejada en las pantallas de cine, sobre la relación nociva y cotidiana de dos viejos humanos. Dos almas atadas a sus agrietados e imperfectos cuerpos y alterados por el tiempo, así como por su extraño amor.
El planteamiento de la película busca visibilizar la naturalidad corpórea en el individuo mayor, todavía repleto de jóvenes e inquietos deseos. Aquella naturalidad se menosprecia y se mira distante desde nuestra fuerza y distracciones psicodélicas o etílicas; sin embargo, Ripstein nos arrastra a ese submundo polvoriento y de una forma cruda y explícita, empapa de vitalidad a aquella edad en la que el cuerpo sigue añorando sexo, caricias, afecto y sueños.
El diablo entre las piernas funciona desde tres pilares esenciales y bastante experimentados. Por un lado, observamos una imagen en blanco y negro (del cinefotógrafo Alejandro Cantú), que nos remite al cine de mediados del siglo XX; los planos secuencia ya característicos de Ripstein, nos pasean por un territorio caótico y en decadencia donde conviven los personajes.
En el otro extremo se encuentra la solemnidad literaria con la que Paz Alicia Garciadiego (cónyuge de Artur Ripstein) escribe el guion de la película. Mismo, que embellece la narrativa visual con diálogos coloquiales, propios en el lenguaje e ideología de los ancianos protagonistas, encarnados por Sylvia Pasquel y Alejandro Suárez; sin olvidar a Patricia Reyes Espíndola, Greta Cervantes y Daniel Jiménez Cacho, quienes conforman el tercer gran pilar de talento que articulan esta puesta en escena.
Ripstein continúa mostrando su presencia en la industria cinematográfica, a través de un matrimonio caduco, desnudos explícitos, violencia verbal y una atmósfera deprimente, añejada y cautivadora. Lo que convierte a El diablo entre las piernas en un documento que evidencia las problemáticas, la cotidianidad y el derecho al placer en el desconocido territorio de la vejez.
La película se acomoda dentro del cine clásico y apreciativo donde podemos ver reflejados la posible intimidad de nuestros abuelos, vecinos o amigos de la familia. Es una cinta inteligente con personajes meticulosa y psicológicamente bien definidos, en donde hallamos más de las relaciones contemporáneas, que del vínculo entre Beatriz y El viejo.
Lo que nos lleva a cuestionar la búsqueda del amor ideal que dure toda una vida; así como pensar en los celos, los abusos, las complejas y autodestructivas relaciones humanas, como remolinos cíclicos que se repiten y modifican década tras década. Se tenía que tratar de otra joyita más en el cine de Arturo Ripstein.
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