La figura del hombre con mano de garfio y rodeado de abejas se consolidó como una figura de culto tras el estreno de la primera película de Candyman en 1992 y ahora regresa en este reboot/secuela con Nia DaCosta como directora y Jordan Peele más Win Rosenfeld en el guión.
En la historia original conocimos a Helen Lyle, una mujer que investiga la leyenda urbana de Candyman (interpretado una vez más por Tony Todd) como trabajo de tesis pero termina incriminada en el secuestro de un bebé y finalmente muere quemada en el barrio de Cabrini-Green, no sin antes regresar al pequeño con su mamá. En esta secuela la historia continúa treinta años después, siguiendo a un jóven artista llamado Anthony McCoy (interpretado por Yahya Abdul-Mateen II) quien escucha la leyenda de cómo Helen se volvió loca, desencadenando en Anthony una obsesión que le lleva a descubrir a Candyman. Su trabajo artístico se centra en el hombre de las abejas tras el descubrimiento, culminando en una exposición con una pieza clave llamada “Di mi nombre” con las instrucciones para invocarlo: repetir Candyman cinco veces frente a un espejo.
A partir de ahí, la obsesión de Anthony crece y le lleva a descubrir secretos ocultos sobre la leyenda, volviéndolo huraño y apartándolo de su novia y amigos (Teyonah Parris, Nathan Stewart-Jarrett) al mismo tiempo que suceden asesinatos extraños relacionados con su obra.
Pronto, Anthony descubrirá su conexión con Cabrini-Green y Candyman, posicionándolo en una búsqueda sobre su verdadero ser.
Candyman 2021 es muy diferente a su antecesora, pues deja de lado las sutilezas y el comentario social pasa de ser una figura metafórica a estar explícitamente dicho en pantalla: la sociedad blanca continúa siendo profundamente racista hacía la población negra, sin importar el paso de los años. Ese punto ha decepcionado a muchos, sin embargo la película se burla de sí misma en boca del protagonista y reafirma que la violencia que representa debe ser mostrada gráficamente. La gentrificación de barrios marginados y el posterior desplazamiento de sus habitantes es otro de los temas eje, un reflejo muy acertado de un suceso que se ha replicado no solamente en Estados Unidos, sino en todas partes del mundo.
El peso de Jordan Peele en el guión se siente completamente ya que intenta dejar una especie de moraleja sociopolítica, como en el reboot de The twilight zone que corrió a su cargo. Sin embargo, el refuerzo sobre esta parte de la historia deja descuidadas las subtramas secundarias que presenta la cinta, construyendo fuertes cimientos para un desenlace que sucede muy rápido y se queda corto. Pareciera que algunos elementos fueran de relleno y son cortados de tajo, se quedan en simples anécdotas irrelevantes para la trama.
Por otro lado Nia DaCosta (quien será la primera mujer afroamericana en dirigir una cinta de Marvel) hizo un trabajo maravilloso en la dirección de la cinta, construyendo un ambiente oscuro que mantiene el suspenso durante la hora y media que dura la película. El juego con espejos y luces en las tomas es aprovechado al máximo, siendo esta su estética predominante, recordando visualmente a directores como Gaspar Noé o Nicolas Winding Refn. Las muertes y matanzas, elemento clave en el horror, son bien logradas y entretenidas aunque no dejan mucho impacto.
El final es un poco flojo y genera algunas inconsistencias con la historia de 1992, pero a pesar de eso es una secuela fuerte y original que convoca a que el espectador reflexione sobre la brutalidad policial, la marginación y la gentrificación, generando una pregunta implícita: ¿quién es realmente el villano? Totalmente acorde al contexto que vivimos.
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