viernes, 14 de noviembre de 2014

BIRDMAN o La inevitable virtud de la ignorancia



“La popularidad es la prima puta del prestigio”

Por: Jaime López Blanco

¿Cómo se puede reseñar la nueva película de Alejandro González Iñárritu? ¿Es una cinta que habla sobre la fama o sobre la obsesión del ser humano con el éxito y la popularidad? ¿Es una crítica a la industria del cine y del teatro? ¿Es un meta retrato de la carrera de Michael Keaton, a quien se le puede considerar como la personificación fidedigna de miles de actrices y actores que yacen en el limbo artístico esperando la oportunidad perfecta para su come back, para así demostrar que son más que unos cuantos personajes? o; ¿Es una comedia negra acerca del estancamiento profesional y personal de aquellos individuos que buscan el aplauso o la admiración colectiva como sinónimo de su propio resurgimiento o supervivencia?

Quizá sea todo eso y más pero seguramente esta historia sobre un actor venido a menos, de nombre Riggan Thomson (Michael Keaton), que busca revivir su éxito taquillero de hace 20 años,  con una obra de teatro dirigida, escrita y protagonizada por él mismo, encuentra en las manos del realizador mexicano, González Iñárritu, una muestra de verdadero talento cinematográfico detrás y en frente de las cámaras.

Es el proyecto más arriesgado de Iñárritu, no solamente por tratarse de su primera comedia, sino por alejarse un tanto de las situaciones dramáticas llenas de tremendismo argumental. Acá no hay accidentes de automóvil como en “Amores Perros” o “21 gramos” (aunque sí existen los “choques” de carácter y la colisión entre varios personajes); no existen las consecuencias desgarradoras a manos del destino como en “Babel” ni los melodramas recargados de violencia innecesaria como en “Biutiful”.  El “Birdman” de Iñárritu es una bomba de tiempo a punto de explotar pero filmada de manera íntima, mesurada y aderezada con hermosas metáforas visuales.

En lo que sí tiene coincidencia con los trabajos anteriores del realizador mexicano es en cruzar las historias de sus personajes, pero en esta ocasión fotografiadas magistralmente por Emmanuel Lubezki en algo que pareciera un plano secuencia interminable, aunque no lo es (reforzado por la magnífica edición de Douglas Crise y Stephen Mirrione), quizá porque la vida al igual que cualquier show –ya sea de teatro o de cine- debe continuar y no tiene cabida para los cortes. Reconocimiento aparte para los emplazamientos de cámara en primer plano o medium shot que emiten la sensación de una narrativa más introspectiva, cercana, para nada fría.

El diseño sonoro o score, a cargo de Antonio Sánchez, fortalece el sentimiento de riesgo que Iñárritu quiso imprimir a su “Birdman”. Por varios momentos podemos escuchar redobles de tambores interrumpidos que parecen el preámbulo del caos que está a punto de vivir el protagonista u, otras tantas veces, anuncian el atropello existencial en el que se encuentra Riggan Thomson, cuya vida es el inicio de una melodía sin completar, sin acabar.

Referente a las actuaciones es casi seguro que veamos nominados a Michael Keaton y Edward Norton en la próxima entrega de los Oscar; el primero como actor principal y el segundo como actor de soporte. La química es innegable y el choque de sus personalidades también. Sus personajes parecieran dos polos opuestos con métodos diferentes para resaltar dentro del mundo del arte y del espectáculo pero que, a final de cuentas, los une su ego y la obsesión para volver a ser notoriamente populares.

El resto del reparto no tiene desperdicio, lo que demuestra la buena dirección de actores a manos del “Negro” Iñárritu. Emma Stone encuentra un rol más profundo y alejado de sus papeles de comedia como la hija ex drogadicta de Michael Keaton; Naomi Watts encarna -con sensibilidad y honestidad- a una actriz madura e insegura que encuentra tardíamente un hilo de éxito al presentarse en una plataforma codiciada por muchos actores: Broadway; Amy Ryan expele comprensión y dulzura como la ex esposa del personaje de Michael Keaton y; hasta Zach Galifianakis nos hace olvidar sus roles “guarros” al presentarnos a un productor de teatro medio histérico pero también medio maquiavélico, el cual intenta sacar a flote el barco existencial de la obra que tiene como capitán a su amigo de antaño, Riggan Thomson, el otrora también “Birdman”.     

Con “Birdman”, Alejandro González Iñárritu demuestra versatilidad y buen ojo cinematográfico detrás de las cámaras. Se consolida como un gran narrador visual (hace más con menos) y añade un aire de autocrítica a  ese escenario en el que se ha desenvuelto durante la última década de su vida (desde “21 gramos” hasta su presente cinta).

Iñárritu abre las alas muy alto para entregarnos una cinta negra como su apodo (recargada con maravillosos diálogos desenfadados); virtuosa como la segunda parte de su título, pero que también puede considerarse una pieza de destreza artística que se atreve a confrontar la ignorancia y pasividad de muchos espectadores cinematográficos, quienes optan por consumir un cine de héroes o de acción estéril que poco ayuda a crear una verdadera valoración y regeneración del que debiera ser el arte supremo del ser humano, la vida. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario