“La popularidad es la prima puta del prestigio”
Por: Jaime López Blanco
¿Cómo se puede reseñar la nueva película de Alejandro González Iñárritu? ¿Es
una cinta que habla sobre la fama o sobre la obsesión del ser humano con el
éxito y la popularidad? ¿Es una crítica a la industria del cine y del teatro?
¿Es un meta retrato de la carrera de
Michael Keaton, a quien se le puede considerar como la personificación
fidedigna de miles de actrices y actores que yacen en el limbo artístico
esperando la oportunidad perfecta para su come
back, para así demostrar que son más que unos cuantos personajes? o; ¿Es
una comedia negra acerca del estancamiento profesional y personal de aquellos
individuos que buscan el aplauso o la admiración colectiva como sinónimo de su
propio resurgimiento o supervivencia?
Quizá sea todo eso y más pero seguramente esta historia sobre un actor
venido a menos, de nombre Riggan Thomson
(Michael Keaton), que busca revivir su éxito taquillero de hace 20 años, con una obra de teatro dirigida, escrita y
protagonizada por él mismo, encuentra en las manos del realizador mexicano,
González Iñárritu, una muestra de verdadero talento cinematográfico detrás y en
frente de las cámaras.
Es el proyecto más arriesgado de Iñárritu, no solamente por tratarse de su
primera comedia, sino por alejarse un tanto de las situaciones dramáticas
llenas de tremendismo argumental. Acá no hay accidentes de automóvil como en “Amores
Perros” o “21 gramos” (aunque sí existen los “choques” de carácter y la
colisión entre varios personajes); no existen las consecuencias desgarradoras a
manos del destino como en “Babel” ni los melodramas recargados de violencia
innecesaria como en “Biutiful”. El
“Birdman” de Iñárritu es una bomba de tiempo a punto de explotar pero filmada
de manera íntima, mesurada y aderezada con hermosas metáforas visuales.
En lo que sí tiene coincidencia con los trabajos anteriores del realizador
mexicano es en cruzar las historias de sus personajes, pero en esta ocasión
fotografiadas magistralmente por Emmanuel Lubezki en algo que pareciera un
plano secuencia interminable, aunque no lo es (reforzado por la magnífica
edición de Douglas Crise y Stephen Mirrione), quizá porque la vida al igual que
cualquier show –ya sea de teatro o de cine- debe continuar y no tiene cabida
para los cortes. Reconocimiento aparte para los emplazamientos de cámara en
primer plano o medium shot que emiten
la sensación de una narrativa más introspectiva, cercana, para nada fría.
El diseño sonoro o score, a cargo
de Antonio Sánchez, fortalece el sentimiento de riesgo que Iñárritu quiso
imprimir a su “Birdman”. Por varios momentos podemos escuchar redobles de
tambores interrumpidos que parecen el preámbulo del caos que está a punto de
vivir el protagonista u, otras tantas veces, anuncian el atropello existencial
en el que se encuentra Riggan Thomson,
cuya vida es el inicio de una melodía sin completar, sin acabar.
Referente a las actuaciones es casi seguro que veamos nominados a Michael
Keaton y Edward Norton en la próxima entrega de los Oscar; el primero como
actor principal y el segundo como actor de soporte. La química es innegable y
el choque de sus personalidades también. Sus personajes parecieran dos polos
opuestos con métodos diferentes para resaltar dentro del mundo del arte y del espectáculo
pero que, a final de cuentas, los une su ego y la obsesión para volver a ser
notoriamente populares.
El resto del reparto no tiene desperdicio, lo que demuestra la buena
dirección de actores a manos del “Negro” Iñárritu. Emma Stone encuentra un rol
más profundo y alejado de sus papeles de comedia como la hija ex drogadicta de
Michael Keaton; Naomi Watts encarna -con sensibilidad y honestidad- a una
actriz madura e insegura que encuentra tardíamente un hilo de éxito al
presentarse en una plataforma codiciada por muchos actores: Broadway; Amy Ryan expele
comprensión y dulzura como la ex esposa del personaje de Michael Keaton y;
hasta Zach Galifianakis nos hace olvidar sus roles “guarros” al presentarnos a un
productor de teatro medio histérico pero también medio maquiavélico, el cual intenta
sacar a flote el barco existencial de la obra que tiene como capitán a su amigo
de antaño, Riggan Thomson, el otrora
también “Birdman”.
Con “Birdman”, Alejandro González Iñárritu demuestra versatilidad y buen
ojo cinematográfico detrás de las cámaras. Se consolida como un gran narrador
visual (hace más con menos) y añade un aire de autocrítica a ese escenario en el que se ha desenvuelto
durante la última década de su vida (desde “21 gramos” hasta su presente cinta).
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