viernes, 14 de noviembre de 2014

Club Sándwich



Por Elihú Juárez

Club Sándwich es el tercer largometraje del cineasta mexicano Fernando Eimbcke, que se estrenará finalmente el próximo 20 de noviembre tras una exitosa carrera en diferentes festivales y que le otorgó el premio a mejor director en el festival de San Sebastián.

La historia es simple: Paloma (María Renée Prudencio) es una madre que mantiene una relación bastante cercana e intensa con su hijo Héctor (Lucio Giménez Cacho), un adolescente recién descubriendo su sexualidad. Mientras están de vacaciones, Héctor conoce a Jazmín (Danae Reynaud Romero), y sus deseos de estar a solas con ella se ven frustrados por su madre, que se está dando cuenta de que Héctor ya no quiere más su compañía y está dejando de ser un niño.

La gran virtud de Club Sándwich es que con una premisa tan sencilla y aparentemente banal, Eimbcke logra contar una historia agradable, llena de naturalidad y que es, principalmente, muy honesta y real. Héctor es un adolescente como cualquier otro, regordete, se aburre con facilidad y se masturba. Detalles tan sutiles como el crecimiento del bigote o no hacerle caso a su madre, logran que conectemos de manera rápida con el personaje, puesto que ¿quién no pasó por eso? (claro, en caso de ser hombre).

Sin embargo, el conflicto más interesante sucede con Paloma, una mujer que ha trasladado su falta de una figura masculina en su vida hacia su hijo, olvidando que éste pronto crecerá y se apartará de ella. Cuando eso comienza a suceder, las reacciones de Paloma constituyen la parte más cómica de la película y con diálogos ácidos la actriz María Renée refleja a la perfección la frustración y confusión que supone ver a Héctor crecer.

La amenaza de Jazmín le da un soplo de aire fresco a la película, y el conflicto avanza con pausa pero sin que el interés del espectador decaiga. El final es muy correcto, inevitable y conmovedor al mismo tiempo, en la que ninguna palabra fue dicha.

Es un filme contemplativo, los diálogos que hay son los justos y necesarios, puesto que todo está en lo que los personajes comunican con su cuerpo, gestos y miradas. Es aquí donde la película explota su potencial para dejar que las reacciones del trío protagonista surjan como lo harían en la vida real.

Los ochenta minutos de Club Sánwich no son para nada pesados y cuentan una historia sin florituras, melancólica y cómica a la vez, que retrata eficazmente un conflicto tan natural como complicado, consolidando a Fernando Eimbcke como un director a tener en cuenta.


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