Por: Jaime López Blanco
Los ingredientes, poco a poco, van
poniéndose sobre la mesa. Una nutrida
lente de Martín Boege (“Ciudadano Buelna”; “El violín”), el cinefotógrafo, nos
introduce a la nostalgia de los denominados “los horribles 80´s”. Mientras
varias jóvenes esperan su llamado, sentadas sobre unos muebles que parecen
sacados de la sala de “Papá Soltero” (aquella serie televisiva protagonizada
por César Costa), un plano cerrado de unos zapatos viejos y rotos nos conducen de inmediato a conocer a la protagonista de
la película, Gloria de los Ángeles Treviño Ruiz. El deseo juvenil por alcanzar
la fama es el primer platillo de este banquete
fílmico.
Para que ese platillo sea servido, se
vuelve inevitable conocer al mesero que nos lo traerá. Es así como aparece
Sergio Andrade, el antagonista de ésta historia. El ingrediente que,
indudablemente, le pone el toque “picante” a la comida principal. Y se nos
presenta, no como una lineal parodia ni como una imitación burda del
mentor/amante/cómplice/verdugo de Gloria Trevi, sino como un personaje auténtico
brillantemente bordado por la interpretación de Marco Pérez, el otrora hermano
de Gael García Bernal en la ficción de “Amores Perros”, de Alejandro González
Iñárritu.
Marco Pérez es Sergio Andrade: el
monstruo, el machista, el egocéntrico, el soberbio musical, pero también el
hombre alucinado, el visionario, el anti convencional, que vive y cree en sus
propias reglas; reglas que aunque sobrepasen los límites de la legalidad y la
justicia, las percibe y siente normales,
como si no creyera en las consecuencias de sus actos. El físico, las entonaciones de voz, las
posturas, los ademanes, las expresiones en sus ojos y sus alaridos, hacen que
la actuación de Marco Pérez se convierta en un exquisito bocado histriónico que
quieres repetir, más viendo el irregular menú cinematográfico nacional
disponible actualmente.
Sofía Espinosa no se queda atrás. Aprovecha
su Gloria Trevi para demostrarnos que no solamente actúa, sino que también
canta. Su esfuerzo se valora y nos habla de una actriz comprometida. Trata de
interpretar a su personaje desde una trinchera justa, una que no juzgue ni
señale a su ser, sino que se apodere de los sentimientos de su personaje.
Sentimientos que, indudablemente, se oponen entre sí: va desde la admiración y
sacrificio por su “príncipe azul” hasta la tristeza y el enojo para con su
verdugo.
Quizá, lo único que puede causar
indigestión en este caso son algunas recreaciones chafas de personas del espectáculo nacional, cuyos caminos se
vieron entrecruzados con el ascenso y descenso de la carrera de Gloria Trevi.
Así tenemos una Patricia Chapoy y un Raúl Velasco algo falsos y exagerados en
sus actuaciones, más no así en sus caracterizaciones. Además, sería decoroso preguntarle a Aline Hernández su opinión
sobre la recreación de si misma en la cinta “Gloria”, ya que, sin lugar a
dudas, no la favorece en nada. También sobra decir que la historia es algo
tendenciosa y justifica, en parte, las acciones de Gloria Trevi, lo que le
resta honestidad y justicia al relato de uno de los escándalos mediáticos más
grandes y famosos de la farándula mexicana.
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