Por:
Jaime
López Blanco
“Run all night”, tercer largometraje en el que trabaja la dupla
director/actor, Jaume Collet-Serra/Liam Neeson, versa sobre el dilema al que se
enfrenta un matón de una mafia de Brooklyn al tener que escoger entre la
lealtad a su hijo o la obediencia a su
amigo-jefe, líder del clan mafioso para el cual trabaja. Se trata de un thriller de acción más entretenido de los que nos tiene
acostumbrado el conjunto de películas pertenecientes al género de la obra en
cuestión, pero es engañoso en su originalidad y profundidad argumental.
La primera mitad de la película es prometedora. A pesar de utilizar el
recurrente efecto del “bullet time”, el diálogo inicial que enuncia el
personaje interpretado por Liam Neeson, lleva a pensar que estamos a punto de
atestiguar una película oscura y de redención. Posteriormente, Neeson corrobora
que es uno de los mejores actores del cine de acción de los últimos años (junto
con Denzel Washington) ya que, a pesar de su edad, le inyecta energía y
veracidad a cada uno de sus roles. Sus tablas como actor dramático aportan
sutilezas de profundidad a papeles que lucen muy similares entre sí. Ahora, al personaje
del antihéroe muy al estilo del hombre con “una serie de habilidades
especiales”, de la saga Taken, le agrega las características de borracho y ñero, y lo hace muy bien.
Referente a las técnicas de filmación, el look fotográfico -tanto en interiores como exteriores- es el
adecuado para destacar los colores sombríos (negro y azul) que requiere, en la
mayoría de sus secuencias, el tono de la película; asimismo, las coreografías
de las escenas de pelea o de acción son trepidantes y lucen bien elaboradas.
Incluso, el sonido de cada disparo, golpe o explosión está bien grabado y retumba
hasta cierta parte de las butacas.
Lo malo ocurre cuando el ojo bien entrenado va identificando trampas en la
trama, similitudes con otras cintas y hasta plagios en la elaboración de la
estructura argumental. Percibimos ecos de “John Wick”, “The Punisher”, pero,
sobre todo, la copia en la premisa (solo que con éxtasis y acelerados
movimientos de cámara) de aquella obra
maestra moderna sobre mafias, “Road to perdition”, de Sam Mendes. En la cinta
de Mendes existe un padre que no deja a su hijo mancharse de sangre las manos
(hijo que, para colmo, igual que en esta ocasión, también se llama Michael); también existe un matón
profesional externo que funge como némesis del protagonista, sin embargo, Jude
Law posee un mejor rol, más delineado, a diferencia de Common, quien en el film
en cuestión luce bofo y lento; toca el conflicto dramático en el que se ven
enfrentados un jefe de la mafia con su asesino predilecto y; hasta igualmente
existe una escena final en una cabaña.
Esto es lo que arruina todo el divertimento. La falta de originalidad, la
imitación chaquetera de buenos filmes
como el de Mendes. Sí, presenciamos un par de correctas actuaciones de parte de
Joel Kinnaman (“Robocop”) y Ed Harris. También hay buenas persecuciones y
peleas que nos presenta a una especie de Charles Bronson moderno, pero en la
piel de un buen actor como lo es Liam Neeson. Pero en contraste, hay
desechables aportaciones histriónicas como las de Vincent D’Onofrio, quien hace
un rol similar a su personaje de detective en la serie televisiva “Law and
order: Criminal Intent” o la aparición efímera e innecesaria de un actor
totalmente venido a menos como lo es Nick Nolte. Sin embargo, lo peor es esa
falta de responsabilidad y honestidad al vender una trama copiada, previsible y
sin vueltas de tuerca que sorprendan o emocionen al final de la misma.
Trailer
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