Por Diego Rodmor.
Uno de los conflictos que más brutalidad le ha traído a este siglo es el de la Guerra Civil Siria, el cual se ha cobrado muchísimas víctimas y ha provocado la huida de otros más a países cercanos creando una tensión entre naciones bastante lamentable. Un tema tan delicado no podía pasar desapercibido por el mundo del cine y en particular por un autor como el finlandés Aki Kaurismäki, preocupado por un momento tan duro y con la necesidad de hablar sobre él en su nuevo filme El Otro Lado de la Esperanza.
La historia nos habla de Khaled y de Wikström. El primero es un refugiado sirio que llega a Finlandia solicitando asilo y que aunque es rechazado decide quedarse para probar suerte mientras espera con ansiedad noticias sobre su hermana, de la que no ha sabido nada desde que huyeron a causa del conflicto. El segundo es un finlandés cincuentón que decide invertir su dinero en un negocio discreto para hacer un cambio en su vida. Los caminos de estos dos personajes se cruzarán modificando sus existencias por completo.
Kaurismäki ya nos había hablado anteriormente sobre esta crisis que hoy en día vive Europa con el largometraje Le Havre, estrenado hace siete años. Hoy regresa para continuar lo que ha llamado su Trilogía de los Refugiados con un trabajo que le ha otorgado el Oso de Plata como Mejor Director en la última edición de la Berlinale. Un reconocimiento más que merecido.
El filme es una sencilla belleza en el que están presentes aquellos elementos que caracterizan a este autor y resulta magistral la forma en la que el finlandés maneja un tema tan delicado como el de la indiferencia hacia los refugiados que huyen de los conflictos en Siria. La historia no cuenta con pretenciosas reflexiones sobre el asunto mencionado con anterioridad. Es un relato sencillo y muy actual sobre dos individuos que se encuentran en la Europa contemporanea y que transitan por una historia bastante humana, llena de escenas con esa deliciosa comedia kaurismakiana ubicada en un fuerte contexto político y con personajes que terminan siendo realmente enternecedores.
Un gran acierto, como siempre, son las interpretaciones de sus protagonistas. Los actores que caracterizan la filmografía de este cineasta son siempre capaces de pulular en un ambiente demasiado parco en el que destacan de una forma sorprendente las expresiones y lo que logran transmitir con gestos o miradas en determinadas situaciones, diciendo más con sus silencios que con sus diálogos.
Siempre cuestionando la existencia mediante lo simple y lo común de una sociedad media baja, las situaciones ordinarias logran ser extraordinarias debido a la forma en la que el director nos introduce en su universo. Es así como este filme transmite diversas sensaciones partiendo de lo cotidiano y sin entrar en conflictos con el problema tan actual que plantea. Desde luego va implícita una profunda idea sobre esta crisis, pero lo hace alejándose de banalidades y del sentimentalismo barato para únicamente mostrar que todos somos humanos.
Visualmente es simple pero bella. La tranquila sencillez de sus imágenes es una de sus cualidades más fuertes. La música, como en sus filmes anteriores, también está presente y forma una gran parte del metraje. No podía esperarse menos de un melómano consumado como Kaurismáki.
Sin duda alguna, el cine del finlandés sigue siendo exquisito y de nueva cuenta vuelve a entregarnos un trabajo pequeño pero de una grandeza que resulta innegable. Belleza cinematográfica simple y sincera que no necesita de pretenciosas ideas políticamente correctas para lograr su autenticidad.
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