sábado, 22 de junio de 2019

El Misterio De Silver Lake | Crítica


Por Eduardo León.

Mientras esperaba en una banca de concreto a que la función diera inicio, comencé a poner atención en la cotidianidad que circulaba por Paseo de la Reforma. Observé una pipa estacionada frente a la inmensa Fuente de la Diana Cazadora, y a unos hombrecillos encima y a los costados de ella, que arrojaban litros y litros de agua para dejar impecable el gran vehículo. 

A mi derecha la gente con sus cubiertos en mano, miraba curiosa la escena vial; otros tantos oficinistas trajeados viajaban a velocidad a bordo de los scooters eléctricos rentables; los turistas en atuendos playeros, tomaban fotos de los edificios rodeados por harta publicidad; en los árboles se escuchaba una riña de aves; el Metrobús de dos pisos iba repleto de pasajeros y apenas eran las cuatro de la tarde. 

Todo aquello sucedía en ese instante. “México surreal”, pensé. Pues si tratamos de poner en perspectiva cada escena, pareciera un sueño disparatado, atrayente y risible detrás de un día común. Y sí, podrás pensar ¿por qué carajos menciono todo esto y no hablo ya sobre la película? Porque así de “mal viajada” e inusual podría definir mi experiencia sobre la cinta El Misterio De Silver Lake.

El detonante del conflicto en la historia comienza cuando: Sam (Andrew Garfield) fija su atención en su vecina Sarah (Riley Keough). Luego de charlar, fumar y probar galletas saladas con jugo de naranja, al día siguiente Sarah desaparece. ¿Qué ocurrió con ella? ¿Quién es capaz de mudarse en la madrugada y por qué lo haría? La inquietud de Sam por calmar su paranoia conspiracional, nos conducirá por un catálogo de eventos salpicados de comedia, crimen y drama.



Vaya desarrollo el que se ideó David Robert Mitchell, quien escribió y dirigió esta película. Dos horas y diecinueve minutos es el tiempo bastante extenuante el que hay que soportar en nuestra butaca, pues desde mi perspectiva el cineasta articuló una cinta inteligente y precisa que en varios puntos retuerce su narrativa y nos desvía hacia otro objetivo, sin importarle la verosimilitud de las acciones de los personajes. En Silver Lake nada tiene una explicación.

David Robert nos da la bienvenida a un microcosmos absurdo, soñoliento y surreal ubicado en Los Ángeles, California. Por allá arriba mencioné eso de “poner en perspectiva” (tener la mente despejada y alerta), y créanme, a los ochenta minutos de proyección, la cabeza exige una respuesta lógica a lo visto en pantalla. ¿Por qué hay un asesino de perros? 

¿Por qué el cuerpo femenino es expuesto reiterativamente como uso sexual, de carácter frívolo y peligroso? ¿En qué momento nos sumergimos en el delirio junto con Sam? Entre esos y más excéntricos acontecimientos la película plantea una hipótesis sobre el hecho de que nuestra identidad está configurada por otras mentes mafiosas. 


No hay artistas talentosos y originales; todo se resume a “una copia de una copia”. Dentro del Hollywood y sus alrededores (representados en la cinta), todo está ficticiamente ideado para manipular el interaccionismo simbólico mediante mensajes subliminales. Esta idea macábra se resume en el diálogo de un personaje: “Tu arte, cultura y escritura son las ambiciones de otros hombres… Soy la voz de tu generación”.

Al ser testigos de este enigma, la película se torna un viaje lioso (acompañado por una fotografía conceptual y una música chillante) en el que conviven diversos temas que parecen apuntar hacia un mismo fin, sin embargo, casi en el acto final, la historia comienza a cansar y la resolución de toda la odisea subliminal no termina por empujarnos a una inquietud mayor. 

De cualquier forma, El Misterio De Silver Lake es un título obligado para disfrutar o padecer, según el estado de ánimo y la disposición de cada cual, para acomodar en distintas perspectivas e interrogantes la realidad tan cotidiana y surreal en la cual nos conducimos libremente… ¿o no? Ustedes véanla y reflexionen al respecto.

Trailer


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