lunes, 30 de septiembre de 2019

High Life | Crítica


Por Carolina García. 

¿Edipo? ¿Deseo? ¿Conducta humana en el espacio? ¿Qué dijo Claire Denis en High Life

Sin olvidar lo que el arte es en su estado más puro (etimológicamente), High Life, por su forma, es una obra que se reafirma como ello para contar sobre el comportamiento humano fuera de la Tierra. 

A un grupo de ‘repudiados sociales’, que el gobierno recluta por sus ‘miserables’ conductas, se les propone viajar a lo desconocido, más allá del lente humano donde la oscuridad se perpetua eternamente: el espacio. Como para limpiar sus crímenes, hombres y mujeres vuelan fuera de este mundo con la misión de entrar al agujero negro más cercano al Sistema Solar y explorar una parte más del Universo. 

Unos drogadictos, otros tantos asesinos y, ¿por qué ellos? ¿acaso no son también humanos como el resto? ¿desde qué momento un humano pierde su valor de serlo? La justificación de un Estado para enviar a la ‘escoria’ y no arriesgar a otros más.

A primeros cuadros, la cinta parece contarlo todo, menos la degradación del hombre, la proyección de texturas como gotas de agua escurriendo por la hoja de un árbol, las rayas bicolor que se pintan en las sandías o el pasto que brota de la tierra te envuelven en un paisaje calmo, de color, para luego rebatártelo y a cambio te da uno de sangre, desespero, locura y enfermedad. 


Robert Pattinson hace una aparición ensordecedora como aquella vista en Good Time, donde muestra fortaleza, fragmentación social e inmenso amor para quien ama, él rodea a la cinta con su introspección angustiosa plagada de represión.

La nave en la que los reos vuelan pareciera ser un panóptico, donde la vigilancia, o más allá de ella, el control, lo ejerce Juliette Binoche como la enfermera Dibs, un personaje que exterioriza los estigmas de la mujer, como madre y como aquella que ejerce su sexualidad, expresada para la perturbación de quienes miramos. Es la misma Dibs, quien, en una especie de locura, somete a los tripulantes a una ‘colecta’ de espermatozoides depositados en las mujeres para fecundar en medio del espacio. A partir de la explosión de un deseo reprimido de la enfermera, se hace vida: la hija de Monte (Pattinson), Willow (Jessi Ross). 

Willow y el sauce, un personaje deviene la vida. La elección del nombre no sólo fue un tino, sino que anuncia su misma resistencia como el árbol y la vuelta al oxígeno. La dicotomía de nacer rodeada de muerte, de suicidio, fuera de la Tierra y llamarse como lo contrario a sus condiciones de origen. 

Al final de la cinta se devela qué es lo que estamos viendo, la columna vertebral que se pensó en principio, termina convirtiéndose en la metadiégesis del relato, lo que confirma la fractura de la narrativa lineal, temporal, para entregarle al espectador una obra irruptora, con ganas de más, sin dejar a deber algo.

Trailer



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