Por Eduardo León.
Intentemos imaginar el “antiguo” México de los años cincuenta (el industrializado, moderno, corrupto y desigual), del que José Agustín, menciona lo siguiente: “gran parte de la sociedad continuaba con los viejos prejuicios y se complacía en los convencionalismos, en el moralismo farisaico, en el enérgico ejercicio de machismo, sexismo, racismo y clasismo, y en el predominio de un autoritarismo paternalista que apestaba por doquier.”
Así como el escritor mexicano lo explica, pareciera que las cosas no han cambiado mucho, ¿o sí? Es decir, estamos hablando de 69 años atrás, de un país en el que “las costumbres eran excesivamente rígidas, las formas de vida en la familia y la escuela resultaban camisas de fuerza; el deporte y las diversiones no bastaban para canalizar la enorme energía propia de esa edad.”
Una edad, un periodo de vida que le hizo frente a todo ese mundo y libertad desvaídos por el Estado y la sociedad. Fue la juventud quien buscó una cultura alternativa y de resistencia en donde encontraran nuevos rasgos de identidad. Dentro de ese vigor acumulado, surgió la contracultura en México, a la que José Agustín se refiere como: “manifestaciones culturales que en su esencia rechazan, trascienden, se oponen o se marginan de la cultura dominante, del “sistema”.”
Entonces el protagonismo del cambio social y ruptura generacional abraza a los “rebeldes sin causa”, a los chavos desobedientes que tomaron el espacio público para protestar políticamente. A los jipitecas extasiados de LSD, que se derretían con la música en las fiestas ácidas y en Avándaro. A los homosexuales y lesbianas que defendían su derecho y orientación sexual en la marcha de 1978. A los punks quienes rolaban por la ciudad hambrientos de drogas y sexo. A toda aquella juventud encabritada que desafió la vida ya impuesta en el siglo XX.
Mientras ese auge contracultural se regaba por los barrios de la ciudad en los años ochenta, un joven Hari Sama compraba el abono (un bonche de boletos), para acudir a distintas proyecciones en la Cineteca Nacional. Como el cineasta comentó, su universidad fue acudir a la Muestra de Cine; y qué curioso que sea su película más reciente nombrada Esto no es Berlín, la que inaugure la 67 edición de la Muestra este 2019.
Porque qué mejor que dar vida a una película que con tus propias vivencias, y con harta nostalgia para toda aquella raza que se deschaveto y encontró parte de su identidad en la preciada década. De esa forma surge este cine que incita, que se construye a partir de la memoria, de una historia de vida y de una buena dosis biográfica que permite lograr esa consciencia de lo que se desea filmar, así como la voz y el carácter de la película ya terminada.
En Esto no es Berlín, volvemos al México de 1986, donde Carlos (Xabiani Ponce de León) y Gera (José Antonio Toledano), se encuentran en el inquietante limbo de la adolescencia; buscan pertenecer, conocerse a ellos mismos, apropiarse de una identidad. Entre música, sexo, drogas, arte y libertad, estos compas se dejarán envolver por una revolución ideológica en la escena underground del difunto Distrito Federal.
Dentro de primeros planos bastante inquietos y una dirección de arte provocativa y oscurona, los 115 minutos de discurso dramático nos recuerdan lo que fue la contracultura en México; ese desencadenamiento del cuerpo, de la palabra, del pensamiento modificado por influencias latinas, europeas y estadounidenses, que trascendieron en la música, literatura, cine y en la independencia de un arte experimental.
Los protagonistas de Esto no es Berlín, esos “filósofos del desorden” (como se les bautizaba a los jóvenes en esas épocas), se encuentran unos con los otros en el Azteca; un bar desmadejado, podrido, uno de esos hoyos en donde ocurre la resistencia y el libertinaje. Ellos visten prendas oscuras con estoperoles, traen greñas largas y pelos en pico; fuman tabaco, hierba e ingieren estupefacientes. Hacen performance, resignifican el arte institucionalizado. Algunos mueren por sida, otros luchan, comparten sus cuerpos y algunos se enamoran.
Este conjunto de acciones dentro del desarrollo de la trama, estimula esa pulsión característica de la hermosa juventud. Algo se mueve en el espectador, ¿cómo no identificarnos con ellos? La película entonces se convierte en un deleite narrativo (intelectual y visualmente), que evoca el poderío y semblante de toda una generación. Es un relato sincero con el que el don de 45 años y el chavito o chavita de 19, podrán reflejarse en alguno de los personajes.
Y eso es lo más fregón que logra esta historia, porque sin querer somos parte ella. ¿Cómo es que yo me puedo reconocer en las actitudes, la ideología y la facha de ese puñado de adolescentes? ¿Acaso necesitamos de esos placeres efímeros para explorar nuestra condición humana? Hari Sama expone todo ese brío contracultural y nos obliga a pensar en la subjetividad; en la gran importancia de estallar, gritar, ser libres y hallar esa poderosa consciencia política desde la juventud.
Esto no es Berlín nos hace entender el “desmadre” y la parranda como una evasión, un mini desahogo infinito de todos los problemas que acarrean los “despreocupados” chamacos y ninis (familia, escuela, trabajo, sociedad por mencionarlos en general). Nos hace reinterpretar la vida nocturna y de excesos, como una nueva forma de protesta, como una noche en donde se procrea la identidad, la contracultura, la comunidad, la desobediencia y las más creativas sublevaciones.
No sé ustedes, pero al menos yo al terminar la proyección, me dieron muchísimas ganas de ir a beber unas cuantas cervezas al cada vez más conocido Centro de salud. Escuchar post punk, new wave. Bailar, formar parte del espécimen de torsos, brazos y melenas. Exhalar las inquietudes mezcladas con nicotina o mota, y prender la mecha, detonar mi juventud, y que mis extremidades se pierdan en el pegajoso suelo, y acto seguido, que comience un meneo performático y todos comiencen a rebelarse a través de sus mismos cuerpos, y que el espécimen mute a algo más poderoso y entonces… perdón, me viajé durísimo. Ya ven, ya no me inviten a ver este tipo de películas.
Bueno, al menos creo que quedó claro la esencia de la contracultura, y lo que podrán experimentar durante y después de ver esta mubi tan liberadora. Y si aún lo dudan, échense un clavado en el exquisito playlist oficial de la película, que es la mera onda.
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