lunes, 2 de diciembre de 2019

El irlandés | Crítica

 


Por Oswaldo Magaña.

El cine de gángsters ha quedado marcado por la brutalidad de sus personajes emblemáticos que causan miedo, un miedo profundo por la frialdad de sus actos, la nula empatía por el prójimo. Bestias callejeras que buscan el éxito, dinero, mujeres y excesos a toda costa, es lo primordial.

Martin Scorsese lo sabe muy bien. Pero la historia que toma (basada en la biografía Jimmy Hoffa: Caso Cerrado de Charles Brand), muestra la vida como sicario de Frank Sheeran (Robert De Niro) y cómo es que llegó a ser uno de los pocos hombres en quien el propio Hoffa confiaba su vida.

Independientemente de las polémicas que surgieron alrededor de la veracidad de los hechos narrados en la historia, El irlandés es una obra cinematográfica de estilo clásico que pretende bajo la mirada de Scorsese, consagrar al cine de gángsters, pero no por las razones de siempre. Ninguno vivió demasiado. 

 

Por eso se convirtieron en leyendas. Pero Frank Sheeran, no muere. Tuvo que lidiar con las consecuencias a lo largo del tiempo. Sentir el inevitable peso de sus acciones hasta sus últimos días. He ahí que se sustenta una de las tesis de Scorsese, del mismo Brand. Por eso en El Irlandés vemos como todos caen. Cómo el paso del tiempo cobra factura.

El implacable destino que todos compartimos y que personajes como Bufalino le adelantaron a muchos, al final le llega a su encuentro. Nadie, ni el mismo Sheeran se escapa y tras caer en cuenta de que su carrera como sicario, le hizo perder todo, siente un peso que lo lapida más que nunca y no es un arrepentimiento por lo que hizo, sino la soledad que le acompaña. Haber visto a todos partir. La melancolía de los personajes y del director acompaña al filme.

La fotografía, los movimientos de cámara son modestos pero estéticos. Puedes perderte en las secuencias y no sentir el paso del tiempo. Las actuaciones son por demás buenas, ya se sabía, De Niro sabe cómo gesticular para ganarse al público, Al Pacino siempre va a exagerar, incluso deja ver mucho de aquella personalidad que le imprimió a Scarface, sólo le faltó el acento cubano. Pesci aún tiene el don y lo sabe, su minimalismo histriónico es admirable.  

 

La duración de la película es mucha o es poca, eso depende del espectador. De quien tenga competencias textuales y contextuales, o de quien no. De quien disfrute de las apariciones de actores clásicos como Bobby Cannavale o Harvey Keitel, es así de fácil.

Lo que vemos en pantalla es una joya, tal vez empañada de repente por los efectos de rejuvenecimiento por ordenador que no la ayudan la primera hora, hasta que el ojo se acostumbra y se concentra en lo realmente importante. La edad si les pesa a los actores, hay que decirlo, sobre todo en las secuencias que requieren más esfuerzo físico. Seguro son los dos aspectos que más se cuestionará el espectador.

Como bien dijo Del Toro, es un mausoleo de mitos y cómo ellos mueren. Lo podemos ver desde los epitafios que saltan cada vez que entra en escena uno de esas leyendas de la cultura gángster. El ritmo del film es precisamente el camino hacia el duelo y sus etapas. No somos más que espectadores del punto de vista de Sheeran que no se da cuenta que todo a su alrededor cambia. El único que no cambia es él.

Por eso al igual que a uno como espectador toma por sorpresa a Sheeran ver a su hija ya mayor, ha dejado su vida pasar y la de sus seres queridos. La ausencia también se da en presencia. Al final Sheeran no tuvo un epitafio, porque ya nada quedó de su mundo. Ni quién se lo rindiera. Seguro que en el fondo, el personaje hubiera querido morir de la peor forma, para así ser parte de las leyendas, y no sentir el peso inmenso de la soledad.

Trailer 


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