martes, 7 de julio de 2020

Ema: Una orgía del egoísmo


Por Carolina García. 

El arquetipo de la perversión femenina sembrado en el cine tiene uno de sus antecedentes a inicios de la industria hollywoodense con la creación del personaje de Theodosia Goodman, más conocida como Theda Bara, bajo el cobijo de “La mujer más perversa del mundo” que en 1914 funcionó como publicidad para la atracción de las grandes audiencias a salas. El contexto en el que surge esta irrupción mal consumada del estereotipo femenino es todavía muy conservador, pues las vampiresas que emergían en el séptimo arte y que posaban frente a cámara con pocas telas sobre su cuerpo o que simplemente se proclamaban en pro de su propia liberación sexual, seguían teniendo finales moralizadores. 

A través de un retrato urbano que ya ha desechado elementos tradicionales de la construcción social, Pablo Larraín narra una orgía del egoísmo humano creada por el magnetismo de Ema (Marina di Girolamo) y la atracción que provoca en sus personajes secundarios para succionar y devolverles apenas y una gota de la sangre que ya bebió de ellos. 

Situada en Valparaíso, Chile, Ema es una bailarina de danza contemporánea casada con un coreógrafo de nombre Gastón (Gael García Bernal) que se separa temporalmente de él tras la adopción fallida de un niño de seis años. Sin soportar la idea de no ser madre porque su pareja es infértil, la bailarina busca llenar el vacío que le dejó el abandonar a su hijo adoptivo, y sanar su culpa, a través de la relación que establece con los nuevos padres de Polo con engaño, su propia satisfacción y en medio del gusto generacional por el reggaetón.

El rodaje de 105 minutos se desdobla entre una infinidad temática: el significado del reggaetón en una época que quizá no es tan liberal como la publicidad le ha hecho creer, todavía hoy, el género sobrevive con un montón de estigmas a su alrededor, como la cosificación de la mujer, la ilusión de libertad, el escándalo que genera por hablar explícitamente del coito como seres incivilizados; la deconstrucción de la familia tradicional; la rivalidad entre mujeres derrumbada por la fraternidad; la relación de pareja; y la pasión que se imprime más que en cualquier otro personaje, en el de Ema. 


Di Girolamo hace una labor actoral que contrasta con la inverosímil y fuera de tono por parte de Gael García, sin ser repudiada por el espectador, Ema nos seduce, nos lleva de un lado a otro con pequeños susurros de sus planes, y termina sin farsas ni culpas, sin hipocresía ni moraleja y con un montón de confusión hacia un personaje no parcelado. 

El rodaje también abre interrogantes sobre detalles que se vuelven catastróficos cuando, en medio de la alianza femenina, Ema sucumbe ante los celos (?) y toma por los cabellos, y desnuda, a Paula Luchsinger, quien después de pasar una noche de placeres estimulantes y carnales al lado de Gastón, es despojada de la cama donde dormía con la supuesta ex pareja de su amiga. Error o no, la ensoñación que configura Larraín escenifica, bajo incontables telones, a la sociedad que ─construimos─ o que nos construyeron (?), a la hipócrita liberación, a la falsa (?) hipersexualización. 

Así, el chileno cuenta su relato para el desconcierto. El mundo que recrea alcanza el orbe onírico cuando, acompañado por la musicalización de Nicolás Jaar, se observa el escenario en el que el personaje principal es una esfera gigante de textura hipnotizante que deambula por una gama de colores como su protagonista que a veces es llamarada y otras, desdén. 

Ema desfiló en la Selección Oficial 76 del Festival de Venecia en 2019 y se estrenó en México en recintos culturales como la Cineteca Nacional. Actualmente se encuentra disponible únicamente en plataformas chilenas y MUBI.


No hay comentarios:

Publicar un comentario