martes, 21 de julio de 2020

Matthias & Maxime | Opinión


Por Eduardo León.


No sé exactamente qué ocurre con el trabajo de Xavier Dolan, pero en mi caso, el gusto que le tengo a su cine siempre llega con un efecto retardado. Me refiero a que asisto a la función, concluye la misma y pienso: “ah, ok. Muy chingona la fotografía. Está buena la peli…”. Sin embargo, mientras camino hacia el metro esquivando a muchísima gente, o viajo en el camión, las secuencias de la película comienzan a granizar en mi memoria y me hacen creer en que tal vez no sólo sea una “buena historia”, sino una obra cinematográfica bastante humana.


Me ha ocurrido lo mismo con Mommy, Juste la fin du monde (esta volviéndose una de mis favoritas), The death and life of John F. Donovan (su penúltimo filme que quizá nunca llegue a los cines de México, pero que ya está en línea) y por supuesto, con Matthias & Maxime que hace una semana tuve el chance de apreciarla y hasta ahora, en plena histeria colectiva por un “virus mortal”, me dispongo a escribir y compartir mi opinión.


Pero antes de eso, quiero contarles una extraña casualidad que me llevó a repensar y poner en perspectiva esta película. Una mañana, como buen millennial, acompañaba mi desayuno con una dosis de memes e historias en Facebook. Entre noticias del 8 y 9 de marzo, harta mofa del covid-19 y gatitos llorando, un conocido publicó un estado que decía más o menos así: “amigos hombres, ¿qué les hubiera gustado hacer si no les hubieran dicho que parece femenino?”


“Llevar el cabello largo a la escuela y exteriorizar mis emociones”, respondí a esa publicación. Otros usuarios escribieron: “llorar más, mostrarme débil”, “aceptar que no puedo con todo”, “no ocultar mis sentimientos”. Todo apuntaba a que estamos profundamente reprimidos. “Qué mal pedo”, pensé luego de leer los comentarios. Entonces comencé a suponer desde dónde podría venir ese enmudecimiento de emociones y ahogo de libertad para forjar al inquebrantable hombre.


Las reglas en la escuela, los perjuicios y el tabú social, el fanatismo religioso, la cultura patriarcal ya impuesta y evidentemente, el núcleo consanguíneo del que jamás nos podremos desprender: la familia. Fue ahí cuando entendí el verdadero conflicto y lo que plantea la historia de los colegas Matt y Max, escrita por el mismísimo Dolan.


Pensémoslo así: ¿cuántas ocasiones nuestra búsqueda de identidad se vio sometida por el yugo familiar o por el medio conservador en el que nos desarrollamos? Si comenzamos a hacer memoria, quizá topemos de frente con esa emoción jamás exteriorizada, ese abrazo con el otro que nunca sucedió; aquel beso que prefirió silenciarse o el lazo afectivo que se enterró con el polvo de la niñez. Tiempo y vida perdidos de cualquier forma. Algo triste, ¿no?



Con la misma introspección y tal vez con los mismos conflictos, Xavier Dolan estructura esta película que desata su problemática cuando dos camaradas se ven orillados a besarse, como parte de una secuencia para un cortometraje. Este acto traerá dificultades en sus vidas, al igual que en la de sus familias y puñado de amigos de la infancia.


Dejando a un lado el tema de la identidad sexual, que el cineasta muestra constantemente en su filmografía, Matthias & Maxime explora ese reconocimiento del individuo en su presente, al echar un vistazo a sus vivencias y emociones primerizas. Por eso creo que el cine de Dolan no puede sólo categorizarse en un cine gay o cine queer.


En las secuencias del filme hallamos matices e inquietudes, que tal vez decidamos ignorar o no se perciban explícitamente, pero que con la poderosa y templada cinematografía, logran permanecer en el firmamento de lo sensible o en la extensión del recuerdo. Como lo muestra la película al filmar desde el reflejo en un cuadro de una fotografía familiar; sumergir el lente en un lago; enfocar la viveza y detalle de cuando el sol se enreda con el cabello; capturar las carcajadas, el desgaste corpóreo en emociones, la naturalidad humana y la intimidad en medio de un grupo de camaradas.


Una intimidad que se consigue por el curioso y auténtico ensamble actoral que Xavier Dolan siempre concibe en sus películas. Pareciera que él y los actores se conocen de toda una vida y eso aporta una atmósfera de confianza, cercanía y empatía con los personajes. En este sentido de comunidad, la cinta adquiere su tono e identidad; genera experiencias y propone re encontrarnos con algún suceso peculiar en nuestro pasado.


Lo que me lleva a mencionar la parte sonora. Un recurso importantísimo con el que el cineasta ha conseguido estimular emociones y definir su estilo. Como ejemplos, por favor vean Laurence Anyways, cuando Fred y Laurence reconocen su libertad y amorío entre una lluvia de prendas, con A new error de Moderat glorificando el instante; o en Les amours imaginaires, donde se conceptualiza el deseo en figuras de mármol y trazos sugerentes al ritmo de Pass this on de The knife.



En Matthias & Maxime, la música pop está presente en varios momentos de la historia, pero no llega al punto de una fascinación y derroche emocional (como en las pelis mencionadas), ni para buscar equis canción y añadirla a nuestro playlist. A mi parecer, ciertas piezas musicales intentan convertir escenas en actos de libertad, encuentro y romance, pero terminan siendo minutos sumamente cursis, obvios y exagerados.


Aún, con esa ausencia de lo sonoro, lo emotivo y lo bello, el largometraje concluye siendo una narración bastante agradable. Pues se dice que una buena película es concebida desde las primeras líneas en el guion; así que el drama, los breves momentos de humor y la interpretación actoral, nos encierran en un espacio hogareño en el que simplemente nos sentimos muy a gusto y que más tarde comenzaremos a extrañar.


Matthias & Maxime es una película chingona. Quizá no tenga esa poesía audiovisual como Laurence Anyways; la tempestad psicológica-emotiva de Mommy o el gran reparto como en Juste la fin du monde. Pero tiene un tema, que pareciera ser el mismo en la mayoría de cintas de Xavier Dolan, sólo que en esta se explora y experimenta de forma pausada y muy apegada a las sensaciones del espectador, en compañía de una magnífica fotografía de André Turpin.


Y ya para no hacer más denso este choro, concluyo en que defino a esta peli como una historia de amistad. Es un trip de carcajadas, borracheras, disgustos y recuerdos de distintas etapas del ser humano, en el que nos podemos reconocer y pensar en lo complejo que es ser adulto; desechar y olvidar esos efímeros fragmentos de vida, que desde un pasado, fueron consolidando nuestra persona y se manifiestan inconscientemente en el presente que vamos construyendo.


El largometraje pronto llegará a las pantallas como parte de la Semana de Cine Canadiense. Les recomiendo estar al pendiente y cazar a como de lugar esta película porque no durará mucho tiempo en cartelera. Y una vez que la hayan visto, pregúntense: ¿qué tan diferente habría sido mi vida, si hubiese hecho todo aquello que en su momento me vi obligado a reprimir? Espero que no se agüiten con la respuesta y no les genere tantos conflictos anímicos. De vez en cuando está chido pensar ese tipo de cosas, o al menos eso creo...


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