Por Eduardo León.
No sé exactamente qué ocurre con el trabajo de Xavier Dolan, pero en mi
caso, el gusto que le tengo a su cine siempre llega con un efecto retardado. Me
refiero a que asisto a la función, concluye la misma y pienso: “ah, ok. Muy
chingona la fotografía. Está buena la peli…”. Sin embargo, mientras camino
hacia el metro esquivando a muchísima gente, o viajo en el camión, las
secuencias de la película comienzan a granizar en mi memoria y me hacen creer
en que tal vez no sólo sea una “buena historia”, sino una obra cinematográfica
bastante humana.
Me ha ocurrido lo mismo con Mommy, Juste la fin du monde
(esta volviéndose una de mis favoritas), The death and life of John F.
Donovan (su penúltimo filme que quizá nunca llegue a los cines de México,
pero que ya está en línea) y por supuesto, con Matthias & Maxime que
hace una semana tuve el chance de apreciarla y hasta ahora, en plena histeria
colectiva por un “virus mortal”, me dispongo a escribir y compartir mi opinión.
Pero antes de eso, quiero contarles una extraña casualidad que me llevó
a repensar y poner en perspectiva esta película. Una mañana, como buen
millennial, acompañaba mi desayuno con una dosis de memes e historias en
Facebook. Entre noticias del 8 y 9 de marzo, harta mofa del covid-19 y gatitos
llorando, un conocido publicó un estado que decía más o menos así: “amigos
hombres, ¿qué les hubiera gustado hacer si no les hubieran dicho que parece
femenino?”
“Llevar el cabello largo a la escuela y exteriorizar mis emociones”,
respondí a esa publicación. Otros usuarios escribieron: “llorar más, mostrarme
débil”, “aceptar que no puedo con todo”, “no ocultar mis sentimientos”. Todo
apuntaba a que estamos profundamente reprimidos. “Qué mal pedo”, pensé luego de
leer los comentarios. Entonces comencé a suponer desde dónde podría venir ese
enmudecimiento de emociones y ahogo de libertad para forjar al inquebrantable hombre.
Las reglas en la escuela, los perjuicios y el tabú social, el fanatismo
religioso, la cultura patriarcal ya impuesta y evidentemente, el núcleo
consanguíneo del que jamás nos podremos desprender: la familia. Fue ahí cuando
entendí el verdadero conflicto y lo que plantea la historia de los colegas Matt
y Max, escrita por el mismísimo Dolan.
Pensémoslo así: ¿cuántas ocasiones nuestra búsqueda de identidad se vio
sometida por el yugo familiar o por el medio conservador en el que nos
desarrollamos? Si comenzamos a hacer memoria, quizá topemos de frente con esa
emoción jamás exteriorizada, ese abrazo con el otro que nunca sucedió; aquel
beso que prefirió silenciarse o el lazo afectivo que se enterró con el polvo de
la niñez. Tiempo y vida perdidos de cualquier forma. Algo triste, ¿no?
Con la misma introspección y tal vez con los mismos conflictos, Xavier Dolan estructura esta película que desata su problemática cuando dos camaradas se ven orillados a besarse, como parte de una secuencia para un cortometraje. Este acto traerá dificultades en sus vidas, al igual que en la de sus familias y puñado de amigos de la infancia.
Dejando a un lado el tema de la identidad sexual, que el cineasta
muestra constantemente en su filmografía, Matthias & Maxime explora
ese reconocimiento del individuo en su presente, al echar un vistazo a sus
vivencias y emociones primerizas. Por eso creo que el cine de Dolan no puede sólo
categorizarse en un cine gay o cine queer.
En las secuencias del filme hallamos matices e inquietudes, que tal vez decidamos
ignorar o no se perciban explícitamente, pero que con la poderosa y templada cinematografía,
logran permanecer en el firmamento de lo sensible o en la extensión del
recuerdo. Como lo muestra la película al filmar desde el reflejo en un cuadro
de una fotografía familiar; sumergir el lente en un lago; enfocar la viveza y
detalle de cuando el sol se enreda con el cabello; capturar las carcajadas, el
desgaste corpóreo en emociones, la naturalidad humana y la intimidad en medio
de un grupo de camaradas.
Una intimidad que se consigue por el curioso y auténtico ensamble
actoral que Xavier Dolan siempre concibe en sus películas. Pareciera que él y
los actores se conocen de toda una vida y eso aporta una atmósfera de
confianza, cercanía y empatía con los personajes. En este sentido de comunidad,
la cinta adquiere su tono e identidad; genera experiencias y propone re
encontrarnos con algún suceso peculiar en nuestro pasado.
Lo que me lleva a mencionar la parte sonora. Un recurso importantísimo
con el que el cineasta ha conseguido estimular emociones y definir su estilo.
Como ejemplos, por favor vean Laurence Anyways, cuando Fred y Laurence
reconocen su libertad y amorío entre una lluvia de prendas, con A new error de
Moderat glorificando el instante; o en Les amours imaginaires, donde se
conceptualiza el deseo en figuras de mármol y trazos sugerentes al ritmo de
Pass this on de The knife.
En Matthias & Maxime, la música pop está presente en varios momentos de la historia, pero no llega al punto de una fascinación y derroche emocional (como en las pelis mencionadas), ni para buscar equis canción y añadirla a nuestro playlist. A mi parecer, ciertas piezas musicales intentan convertir escenas en actos de libertad, encuentro y romance, pero terminan siendo minutos sumamente cursis, obvios y exagerados.
Aún, con esa ausencia de lo sonoro, lo emotivo y lo bello, el
largometraje concluye siendo una narración bastante agradable. Pues se dice que
una buena película es concebida desde las primeras líneas en el guion; así que
el drama, los breves momentos de humor y la interpretación actoral, nos
encierran en un espacio hogareño en el que simplemente nos sentimos muy a gusto
y que más tarde comenzaremos a extrañar.
Matthias & Maxime es una película
chingona. Quizá no tenga esa poesía audiovisual como Laurence Anyways;
la tempestad psicológica-emotiva de Mommy o el gran reparto como en Juste
la fin du monde. Pero tiene un tema, que pareciera ser el mismo en la
mayoría de cintas de Xavier Dolan, sólo que en esta se explora y experimenta de
forma pausada y muy apegada a las sensaciones del espectador, en compañía de
una magnífica fotografía de André Turpin.
Y ya para no hacer más denso este choro, concluyo en que defino a esta
peli como una historia de amistad. Es un trip de carcajadas, borracheras,
disgustos y recuerdos de distintas etapas del ser humano, en el que nos podemos
reconocer y pensar en lo complejo que es ser adulto; desechar y olvidar esos
efímeros fragmentos de vida, que desde un pasado, fueron consolidando nuestra
persona y se manifiestan inconscientemente en el presente que vamos
construyendo.
El largometraje pronto llegará a las pantallas como parte de la Semana
de Cine Canadiense. Les recomiendo estar al pendiente y cazar a como de lugar
esta película porque no durará mucho tiempo en cartelera. Y una vez que la
hayan visto, pregúntense: ¿qué tan diferente habría sido mi vida, si hubiese
hecho todo aquello que en su momento me vi obligado a reprimir? Espero que no
se agüiten con la respuesta y no les genere tantos conflictos anímicos. De vez
en cuando está chido pensar ese tipo de cosas, o al menos eso creo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario