“Las sociedades creen que se rigen por algo llamado moral, pero no es así, se rigen por algo llamado ley. La cuestión no es si estuvo mal, sino si fue legal, eso es la ley”.
(The reader, 2008. Dir. Stephen Daldry)
“Lo más importante
de la investigación que hicimos fue descubrir que a los policías y a varias autoridades
del sistema penal los premian por personas detenidas y acusadas”.
(Presunto
culpable, 2009. Dir. Roberto Hernández y Geoffrey Smith)
Por
Carolina García
Desde el principio de los tiempos,
los sistemas de autoridad han basado su normativa bajo la premisa del castigo.
El “bien” y el “mal” se disocian a partir de lo que es legal y lo que no lo es
y así estos ejercen el conductismo necesario para la adoctrinación, infundir el
miedo se vuelve su base. Pero el sistema es corruptible, se envicia demasiado
pronto porque satisface caprichos personales o se desinteresa por cubrir los
derechos humanos. Así comienza su agusanamiento.
El 13 de enero de 1898 Émile Zola
hizo, por lo menos, temblar a la República francesa contribuyendo, si no a la
revocación de ese agusanamiento de Estado, sí a su paulatina y parcial
detención tras la publicación de una carta dirigida al presidente Félix Faure
en el periódico L’Aurore por la negligencia y antisemitismo cometidos en el Caso
Dreyfus: el capitán de Artillería judío que fue acusado injustamente de alta
traición, degradado y enviado a la Isla del Diablo para “mostrarle al mundo lo que se
hace con los traidores”.
El director franco-polaco Roman Polanski hace una reconstrucción
fílmico-histórica (adaptación de la novela J’accuse
de Robert Harris, 2013), estructurada en flahsbacks, para narrar los pormenores
del suceso en J’accuse, y que inicia con una panorámica donde se observan
decenas de soldados bien uniformados y bien alineados bajo un cielo grisáceo
listos para despojar a un hombre de su “honor”.
El metraje con duración de 126
minutos está compuesto por impecables actuaciones, como la de Jean Dujardin, quien encarna a un sujeto
que sacrifica su propia carne por la búsqueda de justicia sin caer en el típico
y muy cómodo lugar del héroe y, muy por el contrario, se denota su lado humano,
ése que es impulsado por el deseo. A pesar de que este último se desdobla de
una forma más somera en comparación a su patriotismo, entrega a un
protagonista, el coronel George Picquart, muy sólido, desde su desdén por los
judíos hasta convertirse en el defensor de uno de ellos.
Louis Garrel, sale del romántico francés visto en filmes como The dreamers (Bernando Bertolucci, 2004), Les amants réguliers (Philippe Garrel, 2005) y La belle personne (Christophe Honoré, 2009), irrepetible en cada uno de ellos, para aventurarse en la escena militar, ahora, del lado de los nacionalistas muy contrario al revolucionario visto en aquellas películas. Aunque su aparición como Alfred Dreyfus es un tanto menuda, Garrel nos demuestra la variación y su desenvoltura profesional a través de su muy convincente actuación.
Otra de las destacables se encuentra
en Grégory Gadebois como el Major
Henry, quien recibe a Piqcuart tras su ascenso como jefe del Servicio de
Información, espionaje en otras palabras y quien tensa el ambiente con
hostilidad porque se sabe en un nivel superior al coronel, no por su grado sino
por, la que se supone, su larga estancia como comandante en este lugar: el
dueño de la tierra porque la ha trabajado. La presentación de Henry en la
pantalla es acompañada de una perspicaz configuración audiovisual porque va de
la mano con la psicología del personaje situándolo en un primer plano e
imponiéndose frente a George a su despedida. Así, Gadebois se convierte en uno
de los villanos más odiados durante el rodaje.
La sustancia de la proyección
fílmica de J’accuse es la
masificación de visibilizar la putrefacción del Estado. El Caso Dreyfus no ha
sido el único en el que las leyes, o más bien quienes las aplican, no cumplen
con el mínimo de su labor a favor de la justicia. ¿Es la Francia la que está
descarriada o desposeída de su corazón como sugiere Émile Zola en su libro,
titulado igual que la carta, J’accuse?
Es la sociedad entera que se despedaza ante el desinterés y el hartazgo de
hacerle frente a lo que importa, a la verdad y no a banalidades.
El Caso Dreyfus es ese equívoco y
absolución intermediada por terceros que se dan a conocer a través de los
medios, como lo fue el documental mexicano Presunto culpable de 2009 dirigida
por Roberto Hernández y Geoffrey Smith en el que vemos cómo al
sistema penal no le interesa encontrar justicia sino buscar culpables. O la
censurada por “atentar en contra de la autoridad”, Prisionero 13 de Fernando de
Fuentes en 1933, una vez más, “la ley” intenta demostrar con castigo al primero
que le pasa por enfrente o al que le estorba en ese momento sin establecer límites
de correcta jurisprudencia. Y así la cuenta sigue…
El acusado y el espía se llevó el Gran Premio del Jurado
en la 76° edición del Festival Internacional de Cine de Venecia y un galardón
más en los Premios César de 2019 por Mejor Dirección. Consulta la cartelera de la
Cineteca Nacional en donde se encuentra disponible tras la reapertura del
recinto.
Trailer
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