Por Carolina García.
El largo y dulce escalofrío que provoca el amor ha sido eternamente plasmado por la oleada artística. A su modo, la directora francesa, Celine Sciamma, hizo suyo aquel sentimiento para dibujarlo en el séptimo arte con Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu), rodaje que le valió desfilar por la alfombra de la 72° edición del Festival de Cine de Cannes en 2019.
El relato de amor, situado en Bretaña del siglo XVIII, narra la pasión desatada entre una artista y su musa. Noémi Merlant encarna a Marianne, una pintora a quien se le encarga cruzar aguas marinas para retratar a Héloïse, interpretada por Adéle Haenel, quien acaba de salir de un convento para consumar un matrimonio arreglado con un hombre milanés desconocido. Como la prometida se niega a posar porque no quiere casarse, Marianne dice ser su dama de compañía y trabaja la pintura sin que ella lo sepa. Así, la pareja se conoce durante caminatas sobre la arena a la escucha del mar y un intenso cambio de miradas.
La directora hace un recorrido por la construcción de un romance con deseo, seducción, atracción mutua, clímax mental y físico hasta su despedida. A pesar de que pareciera ser un tema ya visitado, la disimilitud es que las protagonistas no se sienten avergonzadas por sentirse atraídas, se aceptan como deseantes y deseadas de otro humano. Ambas se saben amadas e intentan no ser una posesión, ni poseedora de la otra.
A pesar de que los dos personajes principales son del mismo sexo, no deja de existir una diferencia entre ellas: la experiencia. La caracterización de cada una es bien definida, Marianne ha probado placeres que su amada no, sin embargo, ella no se aprovecha de la situación, no es la figura pedante que se vanagloria por erudición o talento, al contrario, ofrenda su conocimiento. Por su parte, Héloïse se rodea de melancolía, toda ella se envuelve del color azul de sus ojos y de su propia indumentaria para representar la tristeza y coraje que por dentro lleva, resultado de las costumbres a seguir en aquella época, y que todavía permean: la sumisión femenina.
Sciamma hace que las mujeres se apoderen de la pantalla, pues fuera de las dos apariciones de personajes masculinos, esta es una película que expresa el ser mujer desde la configuración de un elenco con gran presencia de ellas. Aborda no sólo la deconstrucción del ser amada y deseada por un hombre, sino el rechazo de ser madre. Esta irrupción es desdoblada en piel de Luàna Bajrami, quien da vida a Sophie, la joven que se encarga de los quehaceres de la residencia de la prometida, queda embarazada y, acompañada siempre por Marianne y Héloïse, busca la manera de abortar. Así, las tres crean una unión de protección y complicidad en pocos días.
El espectador es capturado por la belleza pictórica retratada por Claire Mathon, quien, en su labor fotográfica, hace una construcción artística de tomas que parecen pinturas convirtiendo el retrato visual en una experiencia de goce, tal como lo hizo con el mar de Atantique (Mati Diop, 2019), el cual luce como cuadro salido del impresionismo de la segunda mitad de los 1800.
Es innegable que la película se resuelve desde el principio, pues la estructura narrativa en forma de elipse anuncia que los caminos de los personajes se bifurcan. La directora antela el final desde un inicio y en la misma narración tampoco dejan de existir detalles exagerados, como la insistencia de la pintora en saber sobre Héloïse sin haberla conocido ¿o será ésta mera curiosidad propia del artista?
Retrato de una mujer en llamas fue galardonada en Cannes por Mejor Guion, y por los Premios Cesar en la categoría de Mejor Dirección de Fotografía, además, formó parte de las nominadas a Mejor película de Habla no inglesa en los BAFTA, así como en los Golden globes. Actualmente ya puede disfrutarse a través de plataformas digitales como Filmin. Consulta sus opciones disponibles.
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