Por Oswaldo
Magaña.
La
película Depredador (1987) gustó tanto por que combinaba una buena fórmula:
El ejército contra los aliens, pero
esta iba más allá, combinaba el terror, tecnología y el suspenso al tiempo que
mostraba a un grupo de soldados de élite en medio de la selva, cada uno con
cualidades propias muy al estilo G.I.J.O.E.
o Rambo que en aquellas épocas estaba
de moda. El cine con tipos rudos y fuertes era lo que más gustaba.
La
historia contaba que existía una raza de alienígenas que se dedican a cazar
humanos cada cierta temporada y que lo hacen en solitario. Desde luego la
narrativa permitía descubrirlo poco a poco entre las muertes del equipo y
la forma peculiar de este alienígena para cazarlos y desollarlos.
John McTiernan (Die
Hard 1988, The Hunt for Red October
1990) fue el artífice del gran éxito, mostrando una historia, un montaje y
una criatura como nunca antes se había visto. Tanto que al siguiente
año, Stephen Hopkins se haría cargo de dirigir Depredador 2. Ahora con Danny Glover como protagonista, la cual
tuvo buena aceptación aunque menos que la primera.
Ahora,
tras varios intentos fallidos por replicar el éxito de aquel 1987, se presenta
una película más de esta saga ahora dirigida por Shane Black (quien actuó en la primer Depredador como el soldado Hawkins) actor, escritor y director de
historias como Last Action Hero
(1993), Lethal Weapon (1987) y
últimamente Iron Man 3 (2013)
La
película se inicia con una escena en el espacio en donde se ve a un yautja fugitivo que logra
escapar a través de un agujero de gusano o especie de portal espacio tiempo.
Llega a la tierra con averías sobreviviendo al choque de su nave y expulsando
una cápsula cuyo contenido se conoce hasta el final.
Así,
se encuentra con un grupo de soldados de élite a quienes asesina de manera
brutal al estilo de estos cazadores interestelares. Aquí inicia la trama en
donde uno de los soldados y el aparente protagonista Quinn McKenna (Boyd Holbrook) se roba el casco y
brazalete del Depredador fugitivo
para tener pruebas de su contacto con un extraterrestre. Éste, en busca de sus
pertenencias va por el hijo autista de Mckenna, Jacob Tremblay (La habitación
2015) a quien por error le llega el paquete con el material robado y con
quien tiene una relación fallida que se ve forzada y que no progresa en la
trama.
Se
desata una persecución en donde podemos ver a una bióloga Casey Bracket (Olivia Munn) quien es reclutada para
saber por qué el Alien tiene genoma humano y quien al más puro estilo de Lara Croft junto con un grupo de
soldados con psicopatías y desordenes aderezados con bromas de mal gusto y
clichés mal logrados, van en busca del pequeño Jacob Tremblay quien es el
verdadero protagonista de la historia, visto por los depredadores como un
superdotado a quien deben llevarse para contribuir a su hibridación.
Dicho
sea de paso, esto de la hibridación atenta contra los principios de la
raza yautja quienes
en los cómics profesan una cultura llena de orgullo por ser una casta
legendaria de cazadores y que en el mejor de los casos siempre buscaran mejorar
sus habilidades para cazar, mas nunca alterar su raza bajo ninguna
circunstancia. Contrario a esto, ahora se entiende que los Depredadores
arrancan la columna de sus víctimas para obtener su ADN y no como trofeos.
El
calentamiento global en la Tierra, al parecer les crea mejores condiciones para
cazar e incluso para vivir en la tierra, razón aparente para que deseen acabar
con la raza humana. Tal y como se vio en Predator
1 y 2 ellos cazaban en la época de más calor en la Tierra.
Así
pues, se ve una película con un argumento fallido, débil y parapetado en
situaciones burdas que poco a poco le quitan valor, enigma y terror a la
película y la propia bestia (como si no lo hubieran hecho ya las otras
películas), para hacer de este espectáculo una comedia a medias. Quizá la
secuencia más impactante y bien lograda sería cuando el Depredador se libera y asesina a los científicos.
Y
es que definitivamente a veces más es menos. Mostrar tantos detalles de una
criatura tan increíble y misteriosa, siempre jugará en su detrimento. Y si a
esto se le suma un Depredador enorme,
falto de personalidad y hecho enteramente con CGI y no obstante ver a dos perros salvajes, y cómo uno de ellos se
vuelve mascota cariñosa tras recibir un balazo en la cabeza de forma totalmente
inverosímil, es una fórmula para perder.
El
único personaje que tal vez hubiera redimido a la raza de los yautja era el propio
fugitivo pero, murió demasiado rápido. Se le rebajó al papel de un mero
mensajero. No se revelan motivos jamás. Sólo el berrinche de un rebelde para
salvar a la raza humana obsequiándoles un arma letal para acabar con lo
que se viene: La invasión por parte de los Predators
Híbridos.
La
parte final de la película es un sin sentido que se ve forzado y trata de
cubrirse con unos efectos especiales muy mal logrados, las muertes se vuelven
cada vez más absurdas, el ritmo argumental ya ha quemado sus naves mucho antes
yendo en decrescendo y llegado el momento el espectador y fanático de estas
sagas seguramente se preguntará qué está viendo. Eso es The Predator 2018.
Lástima
por Shane Black quien, a diferencia de John McTiernan tuvo todo el
dinero, la tecnología, una película de culto, la esperanza de toda una
generación que ansiosa espera que regresen los años gloriosos del Depredador y todos los elementos para
revivir un gran clásico y hacer historia nuevamente con esta saga, pero no lo
hizo.
Trailer
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