Por Eduardo León.
Durante 1940 y 1970, México fue consolidándose como una poderosa urbe; el primer país de América Latina en lograr un crecimiento económico que le permitió modernizar la vida cotidiana en el entonces Distrito Federal. Comenzó la construcción de Ciudad Universitaria, el Multifamiliar Miguel Alemán, el Conjunto Urbano Nonoalco Tlatelolco, Ciudad Satélite, así como las arterías citadinas con la creación de la Línea 1 del Sistema de Transporte Colectivo Metro.
A todo este periodo se le conoce como “El milagro mexicano”. Tres décadas en las que la población se concentró en el epicentro de la ciudad; hubo empleos, viviendas, educación, entretenimiento, arte, cultura. Significó un paso hacia la “modernidad primermundista”, que intentaba mitigar las muchas exigencias y movilizaciones sociales de todas aquellas personas que habitaban la periferia y los límites del Estado de México. Los Olvidados, fue como les nombró Luis Buñuel.
Pero entonces, ¿qué ocurre en los espacios alejados de los “prestigiosos” lugares como la Colonia Roma, Polanco o Santa Fe? Suceden mayores feminicidios, riñas entre narcomenudistas, asaltos “sutiles” en el transporte público, drogadicción, secuestros y más muerte. Más balas. Más miedo. Más violencia. Los más jóvenes terminan siendo las víctimas, que son empujadas al camino equívoco en donde el único objetivo es poseer dinero y huir del sanguinolento barrio.
Y como prueba de ello, los invito a conocer la historia de Cagalera y Moloteco; dos chavos, dos compitas, dos “chicuarotes” que buscan neuróticamente alejarse de la vida criminal en los pavimentos del pueblo de San Gregorio Atlapulco en la delegación Xochimilco. Las decisiones de ambos sólo son una leve muestra sobre la oscura vida delictiva que ocurre con normalidad en los barrios, pueblos y municipios más descuidados del México actual.
Fue Gael García Bernal quien decidió filmar esta película, en la que explora el rol de la juventud dentro de un contexto en el que pareciera no haber escapatoria. En donde la misma sociedad orilla a realizar actos impensables. Pues es el joven quien luce vulnerable, se halla en el limbo, busca pertenecer; tiene energía, sueños y sin embargo el entorno los fractura y ahoga en un canal frío y mugriento.
En Chicuarotes ocurre eso. Se recurre al guión escrito por Augusto Mendoza, que emblandece con comedia un entorno de hostilidad visto en la violencia familiar o en las relaciones interpersonales de cada personaje, para hacer un largometraje dinámico, reflexivo que en ocasiones arrebata carcajadas. ¿Risas dentro de una proyección inaugurada con el asalto de dos sujetos a un camión con pasajeros? Lamentablemente sí.
Son en las secuencias y diálogos “chuscos” en donde se permitieron extraviar el apego a la realidad y la postura contestataria hacia un problema que nos ha alcanzado a cada uno de nosotros en cualquier momento de nuestras vidas. A estos instantes de comedia, sumémosle algunas acciones inverosímiles dentro de la película y la intervención efímera de personajes que únicamente intentan crear un vínculo con la audiencia por medio de la risa y permitir que la cinta avance hacia su fin (sin darle un motivo coherente a algunos de los actos más dramáticos o violentos).
A pesar de la ligereza con la que se presenta la trama, la cinematografía de Juan Pablo Ramírez y las vigorosas actuaciones de Benny Emmanuel, Leidi Gutiérrez y Gabriel Carbajal envuelven de un atractivo visual y empático a la película; nos acercan a las calles de San Gregorio y las emociones de los personajes oscilan entre la felicidad, el coraje, el miedo y la añoranza.
“De vez en cuando no hay pedo, porque nomás con la rutina…”, menciona Cagalera (Benny Emmanuel), luego de ejecutar un asalto con pistola en mano. ¿Víctimas, culpables, olvidados, delincuentes, incomprendidos? ¿Cómo juzgarlos? ¿Hacer justicia con nuestra fuerza física y exhibirlos en un video en Facebook? ¿O depositar la confianza en la gran y dudosa autoridad? Quién sabe. Ya será cuestión de cada asistente reflexionar desde varias perspectivas, la problemática que plantea la película.
Sólo me queda añadir que estas problemáticas contemporáneas deben continuar siendo narradas y proyectadas en el cine, para permitirnos mirar hacia otras realidades, lejos del cómodo cerco en el que todo pareciera ocurrir idealmente. Y Chicuarotes es la invitación a ello.
Trailer
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